(Por Vicente Pérez Suárez)
Dado que se habla, con esto de la crisis, del peligro que corre el Estado de bienestar que estamos disfrutando –de momento- quiero, con este artículo, retroceder a los años cuarenta para darnos una idea, o hacer una comparación, en lo que se refiere a Sanidad, de aquellos tiempos a los de ahora, cuando los que somos del occidente de Asturias nos intervenían quirúrgicamente en el Hospital-Asilo de Luarca. Pienso que habrá muchos que recuerdan esta fundación, situada en Villar de Luarca y que tanto bien hizo a esta comarca de occidente y no tener que desplazarse a Oviedo. Estaba atendido por el gran médico de cirugía general, D. Jesús Landeira, que operaba de todo, (su busto se puede ver en los jardines, frente al hospital) creo que auxiliado o compartido con otros 2 médicos, los Herrero de Luarca. Algo parecido al sanatorio Moreda de Ribadeo, de feliz recuerdo, atendido por su fundador D. Justo Moreda, médico, también de cirugía general, aunque este era particular y sólo sanatorio, muy bien situado, también, para el occidente de Asturias.
En este artículo quiero referirme al Hospital-Asilo de Luarca, situado arriba de la villa, -en la hermosa zona llamada Villar- por ser de Asturias y quizá el más conocido de la comarca. La idea de esta institución benéfica, inaugurada en 1897, con varios pabellones añadidos posteriormente, salió de la reunión celebrada el 25 de setiembre de 1895 en el ayuntamiento de Luarca, por una serie de señores, entre ellos: Raimundo Camino –párroco de Sta. Eulalia-, Ramón Asenjo, Antonio Suárez Coronas, Francisco Fdz. y Cesar Álvarez Cascos, decidiendo, ante los muchos desvalidos del concejo, crear un centro donde podían asilarse las personas sin recursos, cuando ya no pudieran trabajar. En el acta de su constitución se destaca su carácter privado, se forma una Junta Directiva y se establece que podrán formar parte de la asociación todas las personas que lo deseen sin distinción de sexos, si bien las mujeres tenían un protector en la Junta. El proyecto es, por tanto, de carácter privado y se va manteniendo con suscripciones particulares, entre las que hay algunos indianos. El vecindario también colabora con pequeños donativos según sus posibilidades. El 22 de marzo de 1897 se recaudan 81.767 ptas., luego se compra el terreno para su construcción en Villar y se piden los planos. Finalmente, se decide colocar la primera piedra el 8 de diciembre, día de La Inmaculada, a quien se dedica la capilla, y se inaugura oficialmente el 29 de agosto de 1897. Se compran camas, ropas, muebles y todo lo necesario. Un grupo de señoras se encargó, por caridad, de la atención de los primeros enfermos, junto con tres médicos, un capellán, un boticario y las Hermanas de Caridad de S. Vicente de Paul. Había muchos pobres que pagaban un real o dos al mes, sin esperar ningún beneficio, pues se trataba de un hospital de caridad, sólo para pobres de solemnidad, los que podían tenían que pagar las costas correspondientes, lo mismo que los asilados. Los aldeanos daban patatas, huevos, cebollas, etc. más lo que se obtenía de la huerta. El hospital fue continuando su andadura, añadiéndose nuevos pabellones y servicios. El conjunto fue construido por el arquitecto Nemesio Cobreros de promoción indiana de emigrantes, estilo secesión-racionalista (tendencia que propugna la máxima adaptación de un edificio a la función a que está destinado). Toda la fundación se debe a varios autores: conjunto hospitalario formado por varias edificaciones, realizadas durante bastante tiempo, situado en Villar de Luarca, junto al área residencial. Presenta planta en forma de V, situándose las edificaciones en los bordes, destinando el espacio intermedio a jardines y huerta, zona de ocio y paseo para los ancianos. La 1ª edificación realizada fue el Hospital-Asilo de Caridad, en el año 1895-97, construcción simétrica con cuerpo central y dos alas laterales. La 2ª se dedica para pabellón de infecciosos, datada del año 1918, construida por iniciativa de Ramón Asenjo, situada en ángulo con la 1ª edificación. En 1922 se construye la casa del capellán del asilo, situada en la entrada oeste al lado del pabellón Tulio, costeado por Manuel García Fdz. En 1924 se le añade el pabellón Tulio, del arquitecto Julio Galán Carbajal, subvencionado por los pachorros (familiares de emigrantes a la Argentina, participantes en la guerra de la Independencia y que tienen una plaza en Luarca “Plaza de los Pachorros”), y costeado por uno de ellos: Manuel García Fdz. y su esposa, dedicado a enfermos pulmonares, en memoria del hijo, fallecido de esta enfermedad. En el año 1930, Ramón García Fdz. financia la construcción del pabellón de cirugía, según planos de Julio Galán y se emplaza conformando la disposición en V de todo el conjunto. Entre los años 1930-31 se realizan construcciones destinadas a laboratorios, centro de higiene y casa del conserje. En 1971 se levantó el edificio para ambulatorio, con apoyo de la aportación testada de Mª Luisa Coat, viuda de Francisco Gerstrug, comunicado con el pabellón Tulio. En 1987 se realiza un nuevo edificio, destinado a habitaciones, en la parte posterior del primitivo asilo, alineado con el ambulatorio, quedando, entre ambos edificios, un espacio libre -aunque el conjunto, como decíamos, ya disponía de capilla, dedicada a la Inmaculada-, en el que, en 1998, se ubica la nueva capilla, diseñada por F. Gordillo. Antiguamente estaba atendido por las monjas de Caridad de San Vicente de Paul, cuyo largo uniforme blanco, llevaba una toca o cofia, especie de sombrero de tela blanca muy ceñida a la cabeza, cuyas anchas alas almidonadas sobresalían a cada lado del rostro, unos 25 ctms., teniendo, casi, que entrar de lado por alguna puerta. Este uniforme, con su rara toca, era algo que llamaba la atención. El lugar es encantador: con la edificación en forma de V en la que en un ala se pueden ver el asilo, la capilla, cocinas, comedores y aposentos de los asilados, así como de las monjas que atienden a los residentes y enfermos hospitalizados. La otra ala consta del hospital, consultorios y varias estancias más, como el quirófano y otras. En el exterior se podía contemplar una huerta en la que se cultivaban hortalizas de toda clase para el sustento de los internados, quienes, los que podían, trabajaban en él con todo gusto y esmero. Por el frente de la edificación, se cuidaban diversas plantas florales, formando hermosos jardines, cuyas flores aromatizaban y embellecían el ambiente y entorno del recinto. Por los años cuarenta yo, personalmente, conocí las 3 monjas –pienso que no había más- : Sor Julia, que era la adjunta al médico Landeira, estaba presente en todas las intervenciones y ella misma decía que de tantas operaciones que presenciara, no tendría inconveniente operar si tuviera facultada; era una monja todo atención y desvelo para con los enfermos, siempre sonriente y moviéndose con un dinamismo y seguridad que daban mucha confianza. Otra de las religiosas era Sor María, quien, con la misma atención y esmero, atendía a los enfermos en todas sus necesidades. La otra, Sor Florencia, una mujer muy alta y delgada, de carácter un tanto brusco, pero sólo con aquellos pacientes un poco “rebeldes” o insumisos para los medicamentos y otras atenciones; era, también la que rezaba el rosario todos los días al atardecer, desde el centro de las salas de habitaciones, pues tenía una voz especial para ello. (Creo que había otra que se llamaba Sor Blanca, pero no estoy seguro). Como allí se operaba de todo, los cuidados y atenciones eran también muy diversos y complicados, pero siempre con mucha pulcritud, higiene y seguridad. No había nadie que no simpatizara con estas monjas que lo daban todo por el bien y la salud de los residentes. En aquellos tiempos, las intervenciones se hacían anestesiando con cloroformo; las operaciones llevaban su tiempo; el posoperatorio era también bastante largo y doloroso, se pasaba una sed tremenda hasta expulsar el cloroformo: baste decir que una apendicitis o una hernia el enfermo estaba hospitalizado más de 15 días, si las cosas iban bien. La monja de guardia recorría las habitaciones durante toda la noche para ver a los enfermos, darles algún calmante o medicamento y, también una taza de leche a media noche. En el exterior se veían numerosos ancianos y ancianas paseando en torno a los jardines, contemplando la huerta, tomando el sol o la sombra en los bancos diseminados por las aceras. Algunos, que no debían estar muy bien mentalmente, caminaban como ausentes, hablando solos y un tanto desaliñados. Había también enfermos convalecientes que disfrutaban del lugar y rezaban en la capilla. Durante los días de buen tiempo se notaba mucha actividad por el recinto, tanto de paseantes como personal asistente y trabajando en la huerta. Todo fue continuando así durante muchos años. Luego vino la Seguridad Social y el conjunto dejó de prestar servicios sanitarios durante un tiempo, sólo funcionaba el ambulatorio. Pero, por los años 1980, se vuelve a instalar un quirófano, donde se operaba de apendicitis, hernias y otras intervenciones poco arriesgadas, así como un paritorio, quirófano que funcionó durante algún tiempo, atendido por un cirujano, creo que dos médicos y varias enfermeras y auxiliares que lo hacían muy bien. Luego empiezan las dificultades debidas al cambio sanitario de la S. S., nuevas técnicas costosas, más gastos laborales, mayores exigencias de los pacientes y contribuyentes, por lo que se cierra el quirófano y el paritorio. El ambulatorio actual se alquiló, la planta baja, a la Administración, se conciertan las plazas hospitalarias con la Seguridad Social, se enajenan al ayuntamiento de Valdés y al Principado una parcela de terreno donde está situado el pabellón Tulio y otro donde se sitúa el Centro de Salud Mental. Después de unos años de vaivenes con el Insalud, el área hospitalaria se cierra, manteniéndose sólo el asilo, que es lo que sigue funcionando. A lo largo de los años, las diferentes edificaciones se modifican y se llevan a efecto numerosos añadidos.
Hasta aquí la recopilación que he logrado de este Hospital-Asilo de Luarca que, puede decirse, fue ejemplo de atención, tanto sanitaria como de morada de ancianos y personas desvalidas y muchas sin familiares, haciendo de estos y sus atenciones, sus cuidadores y personal sanitario, tanto para aquellos que tenían posibilidades como para los que carecían de medios económicos. Allí continúa todo el conjunto, con sus edificaciones, jardines y huerta, aunque ya no se ven las monjitas con sus tocas de anchas alas almidonadas. Aquí dejamos el testimonio benéfico de esta obra ideada y sufragada por muchas personas de la vecindad del concejo de Valdés y, como siempre, por indianos que continuamente estaban al tanto de estas fundaciones de Caridad, al objeto de prestar su colaboración económica. Son muchos los testimonios de agradecimiento de personas que pasaron por él, bien para ser intervenidas de una enfermedad o asiladas. Actualmente cuenta con unos 500 asociados y asociadas, atiende a una media de 115 personas mayores y tiene una plantilla de 60 trabajadores.
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