miércoles, 30 de mayo de 2012

DATOS CURIOSOS Y COMPARATIVOS SOBRE EL SALTO DE GRANDAS DE SALIME

                                                    DATOS CURIOSOS Y COMPARATIVOS
                                               SOBRE EL SALTO DE GRANDAS DE SALIME
                                                                 Por Vicente Pérez Suárez

        Estos datos que me propongo publicar, han sido extractados del libro “Guía descriptiva del salto de Salime”, publicado en el año 1954; libro que llegó a mí revolviendo en un desván. Figura como autor un tal L. Lorenzo Pérez. Los numerosos dibujos y gráficos son obra de los Srs. Carlos Álvarez y Victor A. González. Autores de las fotografías: H. Gómez (Oviedo), J. Pando (Madrid), J. Eusebio Muñón (de Salime) y S. Quéipo (de Grandas). La impresión es obra de Heredera de Ramiro P. del Río, S. R. C. (de Luarca). Se desconocen todas estas personas, excepto la imprenta. Al principio, el libro tiene la siguiente dedicatoria: “Dedicación y Recuerdo” -que transcribimos-: A D. Pedro Hernández Vaquero; a D. Arturo Díaz del Corral; a todos los que como ellos pusieron sus afanes y trabajo en la consecución de esta colosal Obra Hidroeléctrica, y por designio de Dios, no fueron llamados a verla en su fase final de realización”.

        El libro consta de 55 páginas, donde se da a conocer toda la historia de este segundo embalse (el primero fue el de Doiras) sobre el río Navia; una historia muy detallada, clara y concisa de esta enorme obra, de la que sólo vamos a dar los datos más importantes y comparativos para hacerse una idea de lo que fue en su día la construcción de este salto de Grandas de Salime, cuyos materiales de hormigonado fueron transportados desde el muelle de la Ría de Navia (El Espín de Coaña), en el famoso teleférico (todavía se pueden ver algunos de los 320 apoyos) con un recorrido de 37 km.. El cemento se fabricaba a pie de obra, por economía y al mejor fraguado del hormigón, cuyos materiales –clinker, yeso y demás- para su producción se recibían por vía marítima. (Clinker –voz inglesa que significa clinca- es una masa de cemento que se obtiene por cocción de cal combinada con sílice, alúmina y óxidos de hierro y magnesio y luego se pulveriza para su empleo. Esta nota es mía). Este teleférico fue el mayor construido en España, y el más importante de Europa en su modalidad, en aquellos tiempos. Pero ya hablaremos de esto más adelante.

        Como decíamos, este embalse de Grandas está construido sobre el río Navia; río con una cuenca de 2.654 km2, que tiene su origen en la sierra de Ancares, de la cordillera Cantábrica, en la divisoria de las provincias de León y Lugo. Nace en Piedrahita del Cebrero, siguiendo dirección sur-norte; discurre por un cauce angosto, limitado por altas laderas en forma de V. A los 35 km. y en su margen derecha, se encuentra el pueblo de Navia de Suarna, internándose en Asturias por el concejo de Ibias, A los pocos kms. forma línea divisoria entre Asturias y Lugo, recibiendo por su margen izquierda, la afluencia del río Suarna, (a unos 200 m. aguas debajo de esta confluencia, tiene proyectado Saltos del Navia en Comunidad el futuro Salto de Suarna). Pasa nuevamente a internarse en la provincia de Lugo por el concejo de Nogueira, recibiendo por su margen derecha, el más importante de sus afluentes, el río Ibias, que nace en Navaliego, sierra de Degaña; continúa por tierras de Galicia y vuelve a delimitar las provincias de Lugo y Asturias, hasta entrar definitivamente en nuestra provincia; recibiendo por su margen derecha y procedentes de la serranía del Puerto del Palo, las torrenciales aguas del río.

        A los 22 kms. aguas abajo del Salto de Salime, está emplazado el Salto de Doiras, propiedad de Electra de Viesgo S.A. -entonces- y a la altura del pueblo de Vivedro, se encuentra un pequeño aprovechamiento hidroeléctrico, que era propiedad de Esva S. A., llamado a ser absorbido, al construirse el proyectado Salto de Arbón –hoy ya construido- , continuando su curso hasta desembocar, a los 120 kms. de su nacimiento, por la hermosa Ría de Navia, en el mar Cantábrico. El agua que pasa por este río a su paso por Salime, es del orden de 1.500 a 2.000 millones de m3 cúbicos por año.

        A finales del año 1945, las dos importantes empresas, Hidroeléctrica del Cantábrico S.A. y Electra de Viesgo S.A., ambas dedicadas a la producción de energía eléctrica, acordaron, en régimen de comunidad de bienes, y con la denominación de Saltos del Navia en Comunidad, proceder a la construcción de este gran Salto de Agua, llamado Salto de Salime. El proyecto definitivo de Presa y Central, fue encomendado a la Oficina de Estudios Eléctricos, del banco Urquijo, de Madrid. La planimetría de la zona de embalse, fue llevada a cabo, por el Instituto Geográfico, Estadístico y Catastral, por procedimiento fotogramétrico. El reconocimiento del terreno, y los estudios geológicos fueron realizados por el Servicio de Sondeos Nacionales del ministerio de Obras Públicas. Y los sondeos en los emplazamientos de Presa, Antaguía y Contrataguía, estuvieron a cargo de Cimentaciones Especiales S.A. “Procedimientos Rodio”. En marzo de 1946 dieron comienzo los trabajos de acceso al emplazamiento de la obra, construyéndose para ello un total de 5 kms. de caminos; 2 planos inclinados con una longitud de 554 m. y 35 kms. de excelentes carreteras, quedando la zona de Obra perfectamente comunicada para todo tipo de transporte, incluido el más pesado. Para disponer en Obra de la energía eléctrica necesaria para las distintas instalaciones, se hizo un tendido de conducción desde la Central de Doiras a Obra; tendido de 30.000 V. y un recorrido de 22 kms. y se instalaron 45 pequeños transformadores, situados en los puntos estratégicos de Obra. Esta energía movía 550 motores con una potencia superior a 7.500 HP. en conjunto, siendo el consumo diario de 45 a 50 mil kw. por término medio. También fue necesario la comunicación telefónica, construyéndose para ello una línea que unía la Obra con la Central de Doiras, para que por medio de la línea particular de Electra de Viesgo, y su estación de Radio emisora-receptora, se pudiese comunicar la Obra con sus oficinas centrales en Oviedo. Más tarde se llevó a cabo el tendido de una línea desde Obra, al centro telefónico de Navia, en conexión con Boal, de cuyo centro secundario, tenía el núm. 1 de teléfono Saltos del Navia en Comunidad, quedando así Salime enlazado telefónicamente con el resto de España. Para el servicio interior había instaladas dos centralitas de 20 extensiones y otras cuatro de 5, siendo 2 de ellas automáticas, dando servicio a 60 aparatos.

        Para el transporte, en principio se había pensado en un grupo de 100 camiones de 10 Tm. Para el total transporte de materiales y máquinas, desde el puerto de Navia a Grandas, pero dadas las dificultades para la importación de este gran núm. de vehículos y el deficiente trazado de la carretera Navia-Grandas, para absorber sin interrupciones este continuo rodar de 100 vehículos en un interminable convoy, se desechó este sistema, reemplazándolo por el mucho más ventajoso de un teleférico (del que hablamos más arriba) ; dejando el transporte por carretera, reducido a una pequeña “flota”, compuesta de 10 coches turismo, un ómnibus, 11 camiones ligeros de 6 Tm., 5 camiones de 10 Tm., 4 de 15 y un Diamon de 250 HP. de potencia, capaz para transportes de 60 Tm. El movimiento medio por año de transportes por carretera, realizado por estos camiones, fue de unas 40.000 Tm. de diversas mercancías, con un recorrido que se acerca a los 300.000 kms.

        Como decíamos, el teleférico que se construyó, partía del muelle del puerto de Navia (en El Espín), siendo capaz de transportar de clinker (ya se explicó más arriba en qué consiste este material), yeso y otros materiales, que, por vía marítima se recibían con destino a la Obra. El estudio y proyecto de este gran teleférico, que fue el mayor de todos los hasta aquella fecha construidos en España y el más importante de Europa en su modalidad; fue recomendado a la casa italiana, especializada en estas instalaciones, Ceretti e Tanfani S.A., de Milán, en colaboración con la casa española Nueva Montaña Quijano S.A., que fue quien fabricó el teleférico, aportando cables, vagonetas, rodamientos y demás, así como personal especializado para su montaje. Este teleférico tenía 8 estaciones: de salida, de llegada y 6 intermedias, 4 de ellas motrices. La estación de carga y salida estaba situada en el puerto de Navia, con muelles de atraque para barcos de 150 Tm., dos grúas con pala de descargue para 90 y 30 Tm. hora, cintas elevadoras, silos con capacidad para 3.500 Tm. de clinker y tolvas con dispositivo de cargue de vagonetas por gravedad. En la mitad del recorrido estaba situada la estación intermedia, dotada de silos y tolvas, con capacidad para 2.000 Tm., que permitía independizar los dos tramos, evitando así, en caso de avería de uno de ellos, que se interrumpiera el suministro de clinker a la fábrica de cemento. La estación de llegada a Obra, con sus tolvas y canaletas, permitía la distribución del clinker a los distintos silos que alimentan los molinos. Como decíamos, el teleférico tenía 320 apoyos, un recorrido de 37 kms. a la velocidad de 12 kms. hora. Para almacenar los materiales y demás, se usó el gigantesco garaje y talleres que había proyectado para los 100 camiones y otras máquinas que se pensaba usar antes de idear el teleférico, por lo que quedó resuelto el problema. También hubo que proceder a la desviación del lecho del río por medio de un cauce artificial y túneles, para realizar la gigantesca obra, quedando todo después de terminada la obra, sumergida en el embalse toda la obra de desvío.

        Dos fueron las causas para la fabricación del cemento necesario para fabricar el hormigón a pie de obra: una de orden económico y otra de orden técnico. La causa de orden económico, estaba fundada en la ventaja que representaba el prescindir de los envases, ya fueran de yute ( fibra textil que se extrae de una planta y que sirve para la fabricación de una tela, llamada también yute, que se emplea para hacer bolsas, en este caso para cemento. Esta nota es mía) o papel, y el evitar las mermas lógicas y naturales, producidas en el transporte desde fabrica a obra, al ser sometidos los sacos a una serie de operaciones de carga, descarga y estiba, que causan una merma mínima del 4 %; que en el volumen total del cemento a emplear, representaba una elevada cantidad. En el orden técnico, se aconsejaba la fabricación del cemento al pie de obra, por permitir regular a voluntad el tiempo de fraguado, pues se amoldaría éste, unas veces a las exigencias impuestas por el ambiente, y otras por las características especiales de los hormigones a emplear en determinadas zonas de los paramentos; permitiendo además, el riguroso control físico-químico del cemento producido, dando la posibilidad al mismo tiempo de adicionar alguna otra materia como escoria de los altos hornos, cosa ya aquí realizada, y una mayor homogeneidad de sus propiedades, tales como, tiempo de fraguado, finura, resistencia, etc. que el cemento ensacado, pues aún saliendo de fábrica como producto perfectamente uniforme, pueden modificarse algunas de sus propiedades, debido al tiempo que forzosamente tiene que estar expuesto a condiciones atmosféricas diversas, lo que provoca en algunos casos, variaciones en sus características iniciales de fabricación. Luego se instalaron secaderos de clinker, molinos, silos y bomba Fuller (creo que del arquitecto americano Richard Buckminster Fuller) para expeler el cemento a los silos. Desde la estación de llegada del teleférico a obra, se vierte el clinker húmedo, en silos, de donde sale por medio de una cinta de láminas, hasta el secadero, donde es privado de agua. Un elevador de cangilones lo recogía a la salida del secadero, y lo elevaba hasta la planta de cintas transportadoras que lo distribuía en los silos de clinker seco; de estos silos, pasaba, después de adicionarle una pequeña cantidad de yeso natural, a los molinos. El producto de la molienda salía convertido en cemento, y era conducido por un elicoide, a unos pequeños depósitos, de donde la bomba Fuller, por medio de aire comprimido, lo impulsaba a los silos de cemento. Los molinos y secaderos fueron instalados por la casa Danesa Smidth, y las bombas Fuller, por la Sociedad Española Constantín S.L. de San Sebastián .

       Para la obtención de los áridos empleados en la fabricación de hormigón, fue preciso buscar y poner en explotación una cantera, capaz de facilitar el enorme volumen de piedra que había de necesitarse. Después de diversos estudios, se decidió por un macizo rocoso situado al N.O. de la obra a una altitud de 220 m. sobre el nivel del río, y distante unos 700 m. del emplazamiento de la instalación de trituración. Para todo ello se emplearon máquinas de sondas, martillos perforadores, máquinas de carga y transporte en vagones con vuelcos automáticos, que circulaban por una vía doble de 700 m. de longitud. También se instalaron un laboratorio químico y otro de hormigones, todo para la correcta calidad y dosificación de los áridos y cemento, tomando muestras diariamente en los mismos bloques, así como ensayos de permeabilidad, retracción, temperatura de fraguado, etc.. Toda esta maquinaria fue suministrada por la casa española I.C.O.N. “Investigaciones de la Construcción S.A.” especializada en este tipo de instalaciones. Todo con una completa garantía de los materiales para llevar a efecto esta colosal obra.

       Para llevar a efecto el embalse se afectó una zona de expropiación de 685 hectáreas, de las cuales, en su mayoría eran laderas escarpadas sin cultivar. Quedaron inundadas 1.995 fincas, con más de 3.000 parcelas, 25.360 árboles maderables, 13.800 de diversos frutales, y 14.051 pies de vid. De las 685 hectáreas inundadas, 18.098 m2. son fincas urbanas, 1.404 m2. de solares en ruina, 2.860 m2. de patios y corrales. Ocho puentes, cinco pequeñas iglesias, varias capillas y cuatro cementerios. Los poblados y caseríos que desaparecieron en la zona asturiana son: Saborín, San Feliz, Salcedo, Duade, Veiga Grande y La Quintana. En términos de la provincia de Lugo: Riodeporto, Villaugín, Barquiría, San Pedro de Ernes y Barcela. La valoración de estas zonas expropiadas, es del orden de los 17 millones de pesetas.

        La altura de la presa es de 132 m. o sea, 42 m. más que la torre de la catedral de Oviedo, incluida la cruz de su remate. El muro de la presa y el edificio de la central, pesan 1.680 millones de kilos, más que todos los habitantes de España, Portugal y Andorra. Los sacos de cemento empleados solamente en presa y central, serían suficientes para cubrir el perímetro de Asturias con un parapeto de 4 sacos superpuestos, sobrando todavía los sacos necesarios para cerrar el cerco de Oviedo con otro parapeto de doble fila de 6 sacos. Para transportar el hormigón empleado en la presa y central, serían necesarios 168.000 camiones de 10 toneladas, que, colocados en convoy a la distancia exigida, ocuparían más de 5.000 km. de carretera. Con el hormigón empleado en la presa y central, habría para construir 2.800 edificios de 10 pisos de 25 x 15 m. de planta, a los que aplicando el módulo americano para alojamientos (25 m2. por persona) podrían alojar una población de 420.000 habitantes: cuatro ciudades como Oviedo de aquellos años 40. El embalse tiene una capacidad de 270 millones de m3. en un recorrido de 30 km.. Tardaría en llenarse, con arreglo al caudal medio del río a su paso por Salime, unos 65 días. La altura de la presa, como decíamos antes, es de 132 m.. Salvando el paso sobre el aliviadero mediante 4 tramos-puente de 12 m. de luz, 6 m. de calzada y 2 m. de pasillos laterales, pasa la carretera comarcal Oviedo-Lugo en su nueva variante de Berducedo-Grandas. La longitud de la presa en coronación, es de 250 m.. La excavación que fue necesaria hacer para su emplazamiento, alcanzó los 142.000 m3.. El volumen de hormigón, fue de 630.000 m3, que sumados a los de central y colchón, dan un total de 700.000 m3. Esta presa era, entonces, la de mayor volumen y altura de España y en Europa, sólo la sobrepasaba, en muy poco, la del Salto de Boort-les-Orgues, construida en el tramo superior del río Dordoña (Francia).

       Tanto las turbinas, como el resto del material eléctrico, ha sido diseñado y construido por la casa inglesa, English Electric &. La central consta de 4 turbinas de reacción tipo “Francis”, que trabajan con una columna de agua de 112 m. de altura, con un caudal por turbina de 303 por segundo. La potencia de cada una de las turbinas es de 44.000 HP. Cada una de ellas acciona un generador que produce 30.400 K.W. a un voltaje de 11.000 voltios.

         En el aspecto social para con los trabajadores de la obra, es digna de destacar la labor realizada por Saltos del Navia en Comunidad y la empresa contratista Agromán, S. A. Para el alojamiento de los obreros no se regatearon medios ni esfuerzos económicos, pues se hizo pensando en la dignidad, higiene y comodidad que corresponde a seres humanos, habiéndose desechado el más económico y tan socorrido sistema de los barracones de madera, en que en tiempos aún no lejanos, solían vivir en lastimosas condiciones los productores de este tipo de obras, alejadas siempre de núcleos importantes de población. A este efecto se construyeron 4 poblados: Poblado de Paincega, situado en la cima de la ladera izquierda de la presa, a una altura de 597 m. sobre el nivel del mar, está enclavado en términos del concejo de Pesoz, constaba de 12 pabellones con tres viviendas familiares cada uno: Pabellón-Residencia de Empleados; Edificio de Economato y Almacenes; Panadería; Central de Transformación; Peluquería; Cantina; Cuartel; Iglesia; Ecuela de niños y escuela de niñas, y otros pequeños edificios; total, un pueblo de 200 habitantes con todos sus servicios. Poblado del Campín, situado a media ladera de la montaña de Paincega, con 6 pabellones de dos pisos, con capacidad total para 1.200 hombres, dotados de salas-dormitorios y moderna instalación de duchas y servicios higiénicos; pabellón, cocinas, comedor, salón-cine, capilla, cantina, barbería y otros edificios. Poblado de Eritaña, situado en la margen derecha del río y cerca del pie de presa, constaba de 4 pabellones de 2 pisos, con capacidad para 500 hombres, en idénticas características que el anterior. Poblado de Vistalegre, situado en la falda de la montaña, y próximo a la carretera, constaba de 4 edificios de 3 pisos, derecha e izquierda, destinados a viviendas de empleados y especialistas; capilla; salón-teatro-cine; bar y 5 edificios tipo chalet para residencia de ingenieros y altos empleados de la empresa constructora; garajes, almacenes, oficinas, escuelas mixta de primera enseñanza, y de aprendices, y, por último, el hermoso edificio oficina-residencia de la Comunidad. En Grandas, se edificó para residencia de la Dirección, un magnífico palacio; proyectado por el insigne arquitecto y laureado pintor D. Joaquín H. Vaquero, un chalet prefabricado, y fueron acondicionadas diversas viviendas, para alojamiento de los empleados de Saltos del Navia, que, en compañía de sus familiares fijaron en Grandas su domicilio. Toda esta ingente labor era preparación para dar comienzo a la obra principal.

       Llegado el momento, por terminación de las obras de preparación, poblados e instalaciones, de dar comienzo a la obra principal, Saltos del Navia en Comunidad, sacó a concurso libre, la contrata para la ejecución de la obra principal. En el pliego de condiciones se hizo constar, que se tendría muy en cuenta, a los efectos de adjudicación, los elementos y medios mecánicos, de que las Casas concursantes dispusiesen. Como resultado del concurso, en el que tomaron parte las más importantes empresas españolas de construcción, fueron adjudicadas las obras a la empresa constructora Agromán S.A., que, a la vez que ofrecía un precio moderado por unidad de obra ejecutada, llenaba la precisa condición de disponer de medios mecánicos, en cuantía superior a las demás empresas que presentaron pliego de condiciones para optar a la concesión. (No se dice nada del coste o presupuesto en que fueron contratadas las obras. No se habla nada de costes).

        Los pabellones, tanto familiares como colectivos, de los distintos poblados del Salto de Salime, son todos de obra de fábrica, (mampostería y ladrillo) con espacio y ventilación suficiente, dotados de alumbrado eléctrico, agua fría y caliente, duchas y servicios higiénicos, calefacción y literas cómodas y espaciosas de dos plazas superpuestas con colchonetas de viruta de corcho, sábanas y mantas. Todo se hizo considerando la condición humana de los obreros llamados a habitarlos. De las cocinas sólo diremos que se instalaron en locales limpios y espaciosos , las últimas y más modernas marmitas de aire recalentado, y que las comidas nutritivas, sanas y abundantes, fueron preparadas por personal profesional, vigilándose que los alimentos a ingerir diariamente por cada obrero no sean nunca inferiores a las 3.800 calorías, cifra esta que quedaba diariamente rebasada. Los comedores eran amplios salones bien ventilados, con varios grupos de mesas para 10 comensales, siendo servidos por camareros, con gran pulcritud y puntualidad.

       En el aspecto sanitario, y como complemento a los servicios del Seguro de Enfermedad, la población obrera, estaba atendida por el médico de la obra, y el titular de la Beneficencia Municipal de Grandas de Salime, quienes en todo momento, vigilaban el estado sanitario de los distintos poblados. Las limitaciones de medicación del Régimen Oficial del Seguro, fueron suplidos por Saltos del Navia en Comunidad y la Empresa Contratista, cuando por prescripción facultativa, era necesario para el tratamiento de los enfermos, el empleo de los modernos y costosos antibióticos. Para la debida asistencia a los heridos por accidente de trabajo, se construyó un hospital de obra con más de 10 camas, quirófano, salas de desinfección y esterilización, rayos X, etc, disponiéndose de abundante y moderno material quirúrgico. En este hospital había alguna sala con 4 camas, para poder internar a aquellos enfermos que por su gravedad, requieren aislamiento y una constante vigilancia por parte del personal facultativo. La plantilla de este personal sanitario, estaba formado por: 2 médicos, 3 practicantes y 3 enfermeros. (Ignoro en qué se diferenciaban los practicantes y los enfermeros). En lo que se refiere al aspecto cultural y religioso, la Empresa Saltos del Navia en Comunidad, creó las escuelas de niños y niñas, y mixtas para párvulos, todas a cargo de competente personal docente y titulado. También se instaló una biblioteca circulante con más de 1.000 volúmenes. Se construyó una iglesia en la Paincega, una capilla en Vistalegre, y otras dos capillas provisionales, en el Camping y Eritaña. El servicio religioso, estaba a cargo de un celoso joven capellán, dedicado exclusivamente a dirigir la vida espiritual de esta población obrera. Se celebran todos los años conferencias cuaresmales, como preparación al cumplimiento pascual, y en años alternos, y a cargo de eminentes oradores sagrados de distintas órdenes, se celebraban 5 días de misiones. En lo recreativo, tampoco fue olvidado, pues dentro del recinto de la obra se instalaron dos cines, con sesiones todos los sábados y domingos, proyectándose modernas películas y documentales. Se instalaron también una bolera, juegos de rana y llave. Dos veces al año se celebran festejos populares en los poblados de la obra, con divertidos y alegres programas; fiestas a las que concurrían, en franca fraternidad con la población obrera, los vecinos de los pueblos limítrofes.

       Las rutas turísticas que aquí vamos a exponer son las antiguas de cuando se construyó el embalse, por lo que en la actualidad han cambiado mucho debido a las nuevas carreteras y autovías que se construyeron desde entonces; no obstante, pueden servir para el que quiera practicar un turismo más completo, debido a que conocerá otras zonas y pueblos que no contemplará por las rutas de hoy. En los años de que hablamos 1954, dos eran las rutas que partiendo de Oviedo podía y puede seguir el viajero que quiera visitar el Salto de Grandas de Salime: Una, saliendo de Oviedo por la carretera general de La Coruña, pasando por Trubia, Grado, Cornellana, Salas y la Espina, donde continuando por la carretera general, se encuentra Trevías, Canero, Luarca y Navia. A la salida del puente de Navia, por su izquierda, se entra en la carretera que va a Boal, Doiras, Illano y Pesoz, terminando en Grandas. La segunda ruta, es como la otra hasta llegar a La Espina, donde se deja la carretera general a La Coruña, para continuar por la carretera de La Espina a Ponferrada, hasta llegar al Crucero, donde la carretera se bifurca hacia la derecha, pasando por Tineo y Gera, llegando a Pola de Allande; y por la izquierda, pasando por Radical, se encuentra a pocos kms. el puente del Infierno, donde debe seguirse la bifurcación hacia la derecha, pasando por el pueblo, se llega a Pola de Allande; desde aquí –continuando la carretera comarcal de Pravia a Lugo, entrando en la variante por Berducedo- se llega, pasando por la Coronación de Presa, a Grandas de Salime. La otra ruta es partiendo de Gijón y siguiendo la carretera de la costa, pasando por Avilés, Soto del barco y Muros del Nalón hasta llegar a Canero, donde se entra en la carretera de La Coruña, pasando por Luarca, hasta el puente de Navia, donde se tomará a la Izquierda lo mismo que se hace por la ruta de Oviedo. La ruta desde Lugo, se va por la carretera de esta ciudad Lugo-Fonsagrada, que conduce directamente a Grandas, dejando en Barneitos por la margen izquierda, la carretera de Fonsagrada-Vegadeo. Estas son las rutas de antes. Hoy han cambiado bastante.

       Hasta aquí he tratado de extractar, lo mejor posible, la historia de la construcción del Salto de Grandas de Salime; historia y datos que muy pocos conocerán. Me acuerdo que cuando se estaba construyendo se decía que la mitad del cemento desaparecía llevado para otras obras ajenas al Salto, quedando esta gran obra con deficiencias de seguridad. A la vista de este informe y los muchos años transcurridos sin ningún percance, se puede constatar que nada de esto ocurría y que todo era llevado con la máxima garantía de seguridad, en todos los sentidos. No se escatimó en absoluto nada para llevar a buen término esta gran obra, lo que sí se hizo fue ahorrar, en lo posible, toda una serie de gastos, a base de mecanismos más económicos, como es el caso del teleférico, la producción de materiales a pie de obra, la instalación del personal, así como su modo de vida digna mientras duró el largo plazo de las obras.

        Este resumen, o extracto, está escrito del original, habiéndose aplicado –en su mayor parte- por razones de urgencia y brevedad, la ortografía y gramática del original, por lo que, caso de ser publicado este resumen, se trataría de adecuar el texto más conciso, en lo que respecta al estilo literario y gramatical actual, puesto que, incluso la puntuación y redacción, en ocasiones carecen de rigurosidad literaria. Pero esto, como digo, se haría en caso de ser publicado. Hay que tener en cuenta que hace más de 50 años que fue escrito el libro de que hablamos.

        Notas posteriores sobre este escrito: Hoy trabajan diez personas en la central, frente a las nueve mil que pasaron por las obras, durante 8 años que duraron las obras. Se calcula que los accidentes que se produjeron causaron la muerte a algo más de 300 personas.

       Vaquero Turcios pintó el mural figurativo que relata todo el proceso de la obra, cuya foto ponemos. En lo que respeta a lo artístico tuvieron mucho que ver Vaquero Palacios y Vaquero Turcios, hijo y nieto del que fuera máximo responsable de Hidroeléctrica del Cantábrico, durante la construcción del salto. Joaquín Vaquero Palacios, arquitecto y pintor, proyectó la central y se encargó de la parte ornamental y decorativa.  El cuadro de las ménsulas lo pintó posteriormente Vaquero Turcios conforme lo había ideado cuando se construyó el salto. No lo hizo entonces por razones políticas, hasta el año 2001.

         Fotos: 1ª foto: El salto de Grandas de Salime- 2ª foto: Cuadro de mandos de los cuatro grupos, originario de los años cincuenta – 3ª foto: Las ménsulas que Vaquero pintó en el año 2001 tal como las tenía ideadas en el boceto original, y que no pudo hacer, anteriormente, por motivos políticos. 4ª foto: 4 fotos del famoso teleférico desde el muelle del Espín hasta la obra, en Grandas. 5ª foto: Mural escultórico de la fachada. 6ª foto: Mural figurativo realizado por Vaquero Turcios, situado en la sala de turbinas de la central. 7ª foto: Sofá circular rojo, proyectado por Vaquero Palacios, situado a la derecha del mural escultórico de la fachada, foto 5ª.

domingo, 27 de mayo de 2012

NARRACIÓN TÍPICA COSTUMBRISTA



                                         NARRACIÓN  TÍPICA  COSTUMBRISTA
                                                   (Una historia real de la época)
                                                        Por Vicente Pérez Suárez

     La historia que a continuación me propongo narrar, es una historia real, típica de la época de los años 20-40 del siglo pasado. Una época complicada política y culturalmente, con la desastrosa guerra civil por medio, que tanta miseria, hambre, emigración, y, sobre todo, tristeza dejó en muchas familias de entonces y hasta nuestros días. Es esta una historia que bien pudiera ser dedicada a los niños y jóvenes de  la actualidad, que no conocieron las miserias, tristezas, hambre y demás calamidades de otros tiempos. Es la historia de unos padres y de un niño; de una familia con muchas carencias, que llegó a ser un muchacho que tuvo que ir a la guerra, que sufrió sus consecuencias y vio truncada su existencia a la edad en que una persona tiene sus mayores ilusiones y todo parece sonreírle, sin darse cuenta de los problemas que probablemente los padres están sufriendo; porque a esta otra edad la vida se ve con toda su crudeza y realidad, lo que no ocurre cuando se tienen 10 ó 20 años. Puede que este relato resulte un tanto tierno, sensible, melancólico, y, hasta  dramático; pero es la realidad de la vida de una modesta familia, de las que tantas hubo, que vamos a contar tal como fue. Familia que, a diferencia de casi todas las de aquel tiempo, tenía un solo hijo, cuando lo normal era que tuvieran cinco o más.
    Debemos tener en cuenta que en aquellos tiempos los pueblos eran bulliciosas aldeas de labradores, animales y rudimentarios aperos de labranza. Aldeas comunicadas por caleyas intransitables, cierres de vallados enzarzados y casas típicas de piedra, de las que todavía permanecen algunas. No eran estos pueblos de hoy, no sé si llamarlos avanzados o lanzados, de casas blancas, modernas y ajardinadas; cruzados de pistas asfaltadas y bullicio de máquinas; pero también molestos, en cierto sentido, por las consecuencias propias e inevitables del progreso y modo de vida actual que no satisface a todos, dando la sensación de que en aquellos lejanos años eran más felices, seguramente porque muchos no conocían nada mejor, no se aspiraba a más, o, tal vez, se vivía con la resignación de que tenía que ser así.
      Pues, bien, en “aquel” pueblo de Miudeira, aldea, como tantas otras de entonces, vivió, hace muchos años, un personaje llamado Alejos (Alejo) y su familia, cuyas posesiones de fincas llegaban a los límites del concejo de Coaña, todo en una gran finca de muchas hectáreas, más otras que tenía en otros lugares, donde se alzaba su gran vivienda, ya desaparecida, llamada Casa de Clara. Este extenso caserío estaba, y está, atravesado por el denominado río de Xonte, en cuyas inmediaciones Alejo tenía otra vivienda, y, debajo de ella, un molino maquilero; es decir, que molía el maíz y el trigo de los vecinos, movido por el agua del referido río. En esta casa-molino, bastante alejada de la aldea, a la que se accedía por una estrecha y enfangada caleya, vivía un señor llamado Paulo (Pablo) en compañía de su esposa y una hija, que eran los que atendían el referido molino. El señor Alejo, un tanto alegre y libertino, estaba casado y tenía un hijo que marchó para Buenos Aires y una hija que se quedó en Miudes. Al morir su esposa, que era la que frenaba sus andanzas, parece ser que dio rienda suelta a su carácter libertino de mujeriego, bebedor y alterne con gente rica, llegando a empeñar todas sus propiedades a los Ochoas de Valdepares; luego se quedó ciego y fue llevado por su hijo para Argentina, donde falleció.

       Hasta aquí, esta historia viene a ser el preludio de la segunda historia que vamos a relatar.
      En la misma aldea de Miudeira vivía también un joven llamado Bernaldo (Bernardo). -Paulo, Bernaldo y Alejos son nombres populares del habla del lugar-, hermano de Pablo, que marchó para Cuba, donde estuvo durante algún tiempo, regresando casi con lo puesto y dedicándose a trabajar de jornalero por las casas. A Bernardo, más que el trabajo, le gustaba comer bien, cosa que en aquellos tiempos era difícil, por lo que comía lo que le daban: sopas de maíz, caldo muy aguado y un poco de boroña (pan de maíz). En cierta ocasión, estando trabajando en una casa oyó decir que vendían los huevos a 25 ctmos. la docena, los pollos y los jamones, cosas que a Bernardo le gustaban mucho, pero no se los daban nunca en ninguna casa donde trabajaba, por lo que decidió volver para Cuba, ya que allí, al menos, comía bien y dos huevos diarios: entonces la isla caribeña era otra cosa, pero había que trabajar. Unos años después, regresó nuevamente a España con parecida situación económica que la primera vez, y se estableció de criado (obrero permanente) en la casa de Ron de Viavélez, donde también estaba de criada una mujer llamada Servanda que había venido de Penadecabras (La Braña). Allí se conocieron, entablaron noviazgo y se casaron, pasando a vivir, haciendo de molineros, a una casa-molino situada en el mismo pueblo de Viavélez y propiedad de la referida casa Ron, donde estaban sirviendo. Cuando se casaron, Bernardo ya tendría unos 50 años y Servanda 38. Él era un hombre menudo y pequeño, mientras que Servanda, más joven, era delgadita, muy erguida y un tanto tímida y poco habladora. Tuvieron un hijo al que llamaron Pepe (José), un niño que resultó ser muy inteligente, mañoso para hacer cosas y aficionado a los libros y al estudio. (No podría estudiar nunca).
       Por aquellos tiempos, muy cerca de la casa-molino, estaba la actual tienda de Ramira, ya fundada en 1910, adonde iba a comprar Servanda, llevando a Pepín cogido de la mano. Una vez en la tienda, al niño no se le ocurre pedir una golosina de las muchas que había en el establecimiento, sino que preguntó si no tenían para vender el libro llamado “Corazón”, libro que vio en la escuela y que, por lo visto, le había gustado o causado alguna impresión, pues hacía tiempo que le decía a su madre que deseaba tener ese libro. Era ésta una obra del autor italiano Edmundo D’amicis, muy bien escrita para lectura de los pequeños y que narraba el diario de un niño, en su edad escolar, llamado Enrique. A pesar de las dificultades económicas y ser casi analfabeta, la madre se lo compró y el niño vino para casa todo entusiasmado. Lo que más le impresionó de la obra fueron estos dos escritos que los padres de Enrique dejaron en su libro-diario (por lo visto el pequeño no tenía su diario cerrado de llave, como se suele hacer con los diarios íntimos). Enrique transcribió, literalmente así, en su diario, el escrito que le dejó su padre el viernes, 30 de octubre, y que Pepín leyó con gran atención:
     Como mí “Diario” queda siempre a disposición de mí papá, hoy me he encontrado con las siguientes líneas escritas de su puño y letra:

     “Vengo observando, querido Enrique, cierta apatía en relación con tus estudios. Se te hacen duros, ¿verdad? Por eso es que no vas a la escuela con la alegría anterior, ni te veo decidido con los libros. ¿Quieres explicarme tus razones? Creo que no podrás hacerlo, porque no hay ninguna que te justifique.
     “Pero deseo que reflexiones sobre lo siguiente: ¿Qué valor tendrían tus horas si no fueses a la escuela? Absolutamente ninguno, pues serían estériles. Y quizá, al poco tiempo, tú mismo te avergonzarías de la ociosidad, viendo a tus compañeros con los libros bajo el brazo, al ritmo feliz de la juventud estudiosa.
      “Recuerda a esos obreros que van a clase por la noche, después de trabajar todo el día; a esas muchachas del pueblo que lo hacen los domingos, sacrificando su fiesta semanal; piensa en los niños ciegos y mudos que también estudian… Fija en tu imaginación la estampa de millones de niños que van camino de las escuelas en todo el mundo, lo mismo por las elegantes avenidas de la ciudad como por los embarrados caminos de la aldea, por la orilla del mar o del río, bajo un sol ardiente o soportando fríos y lluvias; unos bien vestidos y otros con escaso abrigo contra la inclemencia...
      “¿Qué ocurriría cuando este movimiento, este hormiguero, cesara? ¡Pues que la Humanidad caería en la barbarie! Porque    esta agitación supone bienestar, progreso, y la esperanza y la gloria del mundo.
      “Ten valor, Enrique. Vela tus libros, que son tus armas, como tu clase es tu escuadra y la tierra entera tu campo de batalla. ¡Adelante, como los bravos
       “Piensa en lo que esto quiere decir en orden a tu futuro y al de quienes contigo convivan. – Tu padre.”
       El otro escrito, del día 2 de noviembre, era de su madre. Decía así:
       Hoy me ha escrito mamá:
      “Este día conmemora a los difuntos, Enrique. ¿Ya sabes a cuáles de ellos debéis consagrarlo los escolares? Pues, con preferencia, a los que murieron por vosotros, por los niños: los padres, los sacerdotes, los maestros, los médicos...
      “¿Has pensado alguna vez en las madres que murieron extenuadas por el sacrificio para con sus hijos?
      “¿Sabes que hay hombres y mujeres que enloquecen y hasta se quitan la vida porque han perdido un hijo?
      “Recuerda aquellas maestras que murieron jóvenes, consumidas por las enfermedades, al no querer abandonar su escuela y sus alumnos…
      “Recuerda los médicos víctimas de enfermedades contagiosas, contraídas muchas veces en la cabecera de vuestras camas...
      “Recuerda a tus mayores, que en cualquier calamidad, en un incendio, en un naufragio, sucumbieron al peligro por librarnos de él...
      “¡Son incontables esos muertos! ¡Cuántos salvaron algún niño a costa de su vida! Hombres en la flor de la edad, jóvenes esposas, ancianos octogenarios, ¡y hasta chiquillos!, para los que la tierra no produce flores bastantes con que adornar sus sepulcros...
      “Se os quiere mucho a los niños, Enrique. Piensa en ello hoy más que nunca, y dedica oraciones a los difuntos, mientras agradeces a Dios la merced de no tener que llorar a ninguno de nuestra familia.- Tu madre.”
     Como se puede ver, los dos escritos son suficientemente elocuentes. No es de extrañar que al niño le causaran gran efecto, como si fueran dirigidos a él, y quisiera estudiar, y no ser uno de muchos niños que él conocía que andaban por allí dedicándose a la vida fácil; pero era pobre y lo tenía difícil. Esta meditación sigue teniendo mucha actualidad

      Pero sigamos la historia. Durante algún tiempo continuaron viviendo en Viavélez atendiendo el molino y siendo modelo de vecindad entre las gentes de aquel bello pueblo. Más tarde, Paulo, que, como decíamos en la anterior historia, vivía con su mujer y su hija en la casa-molino de Alejos de Miudeira, decidió marcharse, con toda su familia, para Buenos Aires; dejando a su hermano Bernardo, con la esposa y el hijo de 9 años, en su lugar y como arrendatario de los Ochoas, a quien pertenecía el caserío de Alejos.
      Fue pasando el tiempo y vino la tremenda guerra civil, por lo que Pepe, con gran dolor para sus padres, que no lo querían perder por nada, ya que sólo le tenían a él y frágil de salud, fue llamado a filas cuando tenía 25 años. De no ser por la guerra, el muchacho no hubiera tenido que ir a la mili, ya que era hijo único y sus progenitores ancianos. En la guerra permaneció algo más de 5 meses, pues, se puso enfermo de pleura, enfermedad muy frecuente entonces y más en sus circunstancias, y lo mandaron para casa. En el pueblo tenía por novia una hermosa muchacha con la que estaba ilusionado y pensaba casarse, dando la impresión de ser un chico feliz, tranquilo y despreocupado, dentro de su situación. Como era muy mañoso para hacer cosas, construyó una dínamo con una turbina movida por el agua de la presa del molino e instaló luz en toda su vivienda, ya que, aunque había luz en el pueblo, no llegó hasta su casa por estar un tanto alejada del resto de la aldea. Él mismo construía, en su pequeño taller, las herramientas para los trabajos agrícolas, carritos y peonzas para los niños, y cualquier cosa que se le antojara, además de leer toda clase de libros que cayeran en sus manos.
      A la húmeda vivienda, situada sobre el molino, se accedía, desde el camino, por un estrecho corredor con barandilla protectora para no caer abajo, en el corral, donde estaba la entrada al molino, consistiendo, dicha vivienda, en una pequeña cocina en la misma entrada, salón bastante grande -con algunos cuadros religiosos- y dos pequeñas habitaciones. Desde su interior se podía oír continuamente cómo abajo caía el agua sobre el rodezno del molino y el ruido característico de su funcionamiento. Bernardo y Servanda de Alejos o del “molín”, -nombres por los que eran conocidos en el pueblo-, además de atender sus labores agrícolas, tenían un montón de colmenas, muchos frutales, pomelos; gallinas, varios gatos, unas cuantas vacas y un perro que conocía a todos los que iban por allí. Al mismo tiempo atendían el molino, pues, molían para muchos vecinos, cobrando por ello un poco de harina (maquila), que muchas veces se olvidaban de extraer del saco. Como ya iban siendo ancianos, no podían trabajar mucho, teniendo todo muy abandonado, y a Pepe no le gustaba nada el trabajo del campo. Las cosechas las iban consumiendo de la propia finca hasta que las terminaban; el prado de frutales estaba todo cubierto de manzanas caídas de los árboles; tenían un cabazo de madera para guardar el maíz e iban tirando como podían con su compleja hacienda. La enfermedad de Pepe fue empeorando, ocasionando un grave problema para sus ancianos padres, siempre por el temor de perderlo, lo cual ocurrió poco tiempo después, muriendo de tuberculosis, el mal de la época (fueron muchos los que murieron de esta enfermedad contraída en la guerra), cuando sólo tenía 29 años; dejando solos a sus viejos padres, su taller, algunos libros, un montón de recuerdos de su ausencia y gran conmoción en la aldea. La muerte del hijo dejó a los padres totalmente anonadados y tristes. Servanda, ya poco habladora, estaba casi siempre silenciosa, dando la sensación de abandono y con el pensamiento en el hijo desaparecido. Se la veía diariamente vestida de largos ropajes negros, mandil, el pañuelo amarrado detrás de la cabeza, calzada con galochas o madreñas de’scarpín y moviendo continuamente la cabeza como diciendo que no a todo - pues padecía de temblor esencial-, no a toda aquella desgracia que caía sobre ella sin tener más apoyo que su anciano y achacoso marido. Con frecuencia salía a la puerta de la casa con la mirada perdida de sus húmedos ojos, haciendo sombra con la mano en la frente, buscando al hijo que no acababa de creer no estuviera por allí, para, al fin, fijarlos muy abiertos, allá lejos, en el cementerio que tantas veces vio desde su casa, pero ahora ya no. Todos los días repasaba y limpiaba sus cosas: las ropas de vestir, que tanto le gustaba a Pepe tener pulcras y ordenadas; los libros; las herramientas de sus trabajos, etc.. Tiempo después esto lo fue dejando, ya que Pepe no volvía. Bernardo, más anciano e igualmente silencioso y dubitativo, estaba muy encorvado, “luciendo” su desordenada barba blanca, madreñas, camisa de manga larga y chaleco; pasaba largas horas dormitando al sol junto a la puerta de su triste morada y rodeado de sus gatitos, o también entre las colmenas, cuyas abejas parecían conocerle muy bien, ya que le rondaban sin tocarle. Para fumar cogía un puñado de tabaco, lo metía en la boca y lo mascaba, luego lo depositaba debajo de la boina, que siempre llevaba sobre su cabeza casi tapándole los ojos, para que se secara y volver más tarde a mascarlo.
      La vida de aquellos dos pobres padres, ancianos y solos, daba la sensación de no tener sentido desde que se les muriera el hijo, viviendo en un estado de completo abandono de sí mismos. No obstante, aquel lugar tenía algo de gratificante por su situación en las inmediaciones del río, rodeado de naturaleza: abedules, alisos, laureles y frutales; su tranquilidad, sólo interrumpida por el canto de las aves al amanecer, los chillidos nocturnos de la fauna en los montes cercanos y el murmullo de la corriente del agua al deslizarse por la chapacuña y la cal del molino; lugar un tanto alejado del bullicio de la aldea y con un aroma ecológico especial a manzanas, flores y frutos silvestres. Era como si la naturaleza quisiera hacer todo lo posible por levantar el ánimo y alegrar un poco la tristeza y melancolía de aquellos dos ancianos con el pensamiento ausente de lo que les rodeaba, seguramente en el hijo que se les fuera y que era lo único para lo que hubieran tenido sentido sus vidas.
      Tiempo después murió Bernardo, y, años más tarde, Servanda fue acogida en el asilo de Serantes, donde falleció, llevándose con ella la memoria de lo único que tuvo en su vida: su marido y, sobre todo, el hijo que hacía ya años se le había muerto tan joven y que atendió como pudo bajo su atenta y obsesionada mirada, como prediciendo el temor de perderlo...                                                                    

sábado, 26 de mayo de 2012

INICIO DE UN AMOR, EN UNA MAYEGA DE TRIGO


INICIO DE UN AMOR, EN UNA MAYEGA DE TRIGO
(Narración típica costumbrista)
Por Vicente Pérez Suárez


      Fermín, un muchacho de unos 20 años, estaba estudiando fuera y regresaba a casa a pasar las vacaciones de verano. Era hijo único de una familia bien acomodada de agricultores, al que su padre quería que fuera preparándose como Perito Agrónomo para regir su buena explotación. Había aprobado el primer año de estudios y venía contento para ayudar a sus padres en las faenas del campo, siendo las mayegas del trigo una de las que más le ilusionaban. No vamos a relatar aquí como era este trabajo hace muchos años, y que los mayores conocen muy bien; pero sí que era, a pesar del calor y la polvareda, un tanto solaz, divertido y social, como todos los trabajos que se hacían entre los vecinos. Veamos lo que nos cuenta el propio Fermín, en primera persona.

      Aquel año, primero de mi carrera y las primeras vacaciones, aprobado el curso, regresé a casa contento y deseoso de trabajar, ayudando a mis padres en las labores del campo. Una, de las que más me gustaban, eran las mayegas del trigo, que tenían lugar durante el verano, y para las que nos ayudábamos todos los vecinos unos a otros, puesto que se precisaba mucha gente. Iban hombres, mujeres, algunas chicas y chicos y también niños para tirar los colmos de trigo de las grandes medas. En los descansos, averías y al terminar la mayega, nos daban pan, vino, café y, al final, la comida de la hora que fuera. La gente mayor charlaba en corrillos, también los jóvenes, comentando nuestras cosas y diciéndonos algunos piropos, un tanto intencionados. Los niños corrían por el aira, jugando. Con estos alicientes, la máquina trilladora llegó como todos los años, y yo acudí a la mayega. Como siempre, fueron llegando los vecinos, pero me llamó la atención una chica, puesto que no la conocía de nada, de más o menos mi edad: guapa, algo morena, de mediana estatura y vistiendo ropa veraniega muy floreada, que la hacían elegante y de atrayentes formas y modales. En principio, sólo me llamó la atención; sin embargo, por pura curiosidad, aquel día pude saber que se trataba de la sirvienta de una maestra vecina del pueblo, de familia de labradores, la que estaba también de vacaciones, pues daba clase en una parroquia lejana, y aquella chica seguía con la maestra en la misma casa, por lo que la enviaban a las mayegas, además de ayudarles en cualquier trabajo agrícola. Como esta faena duraba en el pueblo unas dos semanas, poco a poco me fui familiarizando con ella, ya que me agradaba, observando que era muy social, educada; de conversación amena, clara y timbre de voz poco común; sus grandes ojos negros, miraban de forma cauterizante y sincera, sonriendo levemente, con atractivo carácter, sin perder nunca su compostura. Supe también que se llamaba Estela, que sabía quien era yo, ya que llevaba en el pueblo varios días y conocía a todos los vecinos. Me dijeron que era de un lugar cercano a la escuela, que no tenía estudios, a pesar de su aparente formación, debido, con toda probabilidad, a su convivencia con la maestra. Siguieron las mayegas y, aunque yo era un poco tímido, y no tuviera mucha relación con chicas, traté de ganarme su amistad, lo que me resultó fácil, ya que era, como digo, muy social. En las mayegas observé que ella siempre se ponía para dar los colmos de trigo al que estaba subido a una especie de caballete, desde donde, a su vez, daba los colmos al cebador de la trilladora. Yo, entonces, me subí al taburete aquel, con el fin de estar cerca de la chica. Estela se sonrió, diciéndome: -Qué, por lo visto tengo que darte los colmos a ti. –Claro- le dije: me gusta este trabajo. –Aquí- - me aclaró- no hay ningún trabajo bueno: hay mucho polvo y mucho ruido, pero es así. -Yo me atreví a decirle -creo que sonrojado: -Estando junto a ti no hay ningún trabajo malo. Ella –distraída- volvió a sonreír.

      La mayega continuaba a todo gas. Estela me daba colmos sin parar; pero, y esto fue lo que me conmovió, al darme los colmos y yo cogerlos, percibí que, inconscientemente, nos tocábamos las manos, unas manos alargadas, suaves y tibias –las de ella- por lo que fui procurando acariciarlas con disimulo. Yo no sé si lo percibía, lo cierto es que me estaba impresionando. Se me pasó la mayega enseguida y, una vez terminada, nos quitamos el sombrero y nos limpiamos la paja, el polvo y el sudor. Nos miramos, sonriendo y comentando el ruido, la polvareda y el calor. Una mujer se acercó repartiendo pan, vino y agua para todos, con el fin de refrescar un poco.

      Este pequeño contacto fue lo que influyó en mi más atracción por la chica, pero esto tardó tiempo en saberlo ella. Yo le prestaba mucha atención, pero no encontraba forma ni palabras para declararle mis incipientes sentimientos. Por otra parte, parecía huir de mí, como si no le interesara para nada. Sí, siempre me saludaba con una sonrisa, pero sin notar nada especial. En las fiestas nunca pude bailar con ella, puesto que yo tampoco bailaba muy bien y ella denotaba cierto desdén. Puede que yo fuera demasiado suspicaz, pero así me lo parecía.

     Pasó un cierto tiempo, sólo con esta amistad, bien correspondida, pero nada más. Por mi parte, la impresión que me causó se me quedó muy grabada, teniéndola siempre en mi memoria. Pasaron las vacaciones: ella se marchó con su maestra y, semanas después, me marché yo. Todo quedó así, hasta las Navidades, que nos volvimos a ver y nos saludamos, como buenos amigos, ya que eran pocos los días y, además, invernales. No hubo tiempo para más.

      Al aproximarse el nuevo verano y con él las fiestas, los días grandes y soleados, y las dichosas mayegas, decidí escribirle una carta -carta que no contestó-, en la que le declaraba –entre otras cosas- mi admiración y que me agradaba. Cuando volví, ella ya estaba en el pueblo, acrecentándose en mí aquel sentimiento hacia la joven, la que estaba más hermosa que nunca, vestida muy pulcra y cuidada fisonomía, sin ninguna presunción. Fue en una fiesta cuando nos vimos, ruborizándonos los dos. Nos saludamos y me pidió perdón por no contestarme la carta; luego me aclaró que se diera cuenta de que yo sentía por ella algo más que amistad. Fue entonces cuando me atreví a decirle cara a cara, que me agradaba y que mi deseo era acompañarla. Ella no se inmutó mucho, dando la sensación –claro- de que lo presentía. Me dijo que lo iba a pensar, pero que le parecía que no era la adecuada para mí.

      -¿Por qué?-le pregunté.

      -Tú estás estudiando una carrera, Fermín; yo soy una simple asistenta de una maestra y somos siete hermanos. (Esto, en aquellos tiempos era así: se miraba más el modus-vivendi de las personas que lo físico, algo que yo no entendía).

      -Yo –le dije- no pienso en eso, pienso en tu personalidad, en tu físico y la cultura que observo en ti. Todo esto me basta para empezar, luego veremos como pensamos los dos. Estela, yo siento admiración por ti. Me gustas. Tú verás lo que haces. -No obstante, observé que era una chica muy sensible, y pudiera tener miedo a sufrir un desengaño. Creo que deseaba estar más segura de lo que hacía. Yo así lo entendí y seguimos como amigos.

      Al poco tiempo decidió nos acompañáramos durante las vacaciones, aunque ella tenía dudas de aquella amistad, como siempre la llamaba. Todo seguía normal, pero repentinamente surgió la opinión de mi padre, diciéndome: -Supe que acompañas a una criada de servir, y eso no te lo permito. -Mi padre era de los de la época en que una chica de servicio era una cualquiera, por lo que no estaba de acuerdo con aquella relación. Como en aquellos tiempos los padres influían mucho en estas cuestiones, a pesar de mis protestas y razones, no tuve más remedio que dejar de acompañarla, lo que me contrarió bastante. Ella lo asumió, puesto que lo presentía, y no hubo más problemas, ya que nos prometimos seguir siendo amigos, aclarándole que iba hacer todo lo posible para volver y contaba que me esperaría. Me dijo que, por su parte, aceptaba mi amistad, pero lo otro lo veía difícil. Fue pasando el tiempo así. Le escribí alguna carta, que siempre me contestó con brevedad. No obstante, al año siguiente me desengañé al verla con un chico, con el que, parece ser, mantenía relación. Aquello me sentó muy mal, hasta el punto de perder la esperanza de volver con ella. Me pareció ser tonto y me pregunté: -¿Es que pensabas que Estela no iba a tener nunca novio, con lo atractiva que es? -Ahí tenía la demostración. Podía estar “tranquilo” y no pensar más en ella ¿Para qué? Sin embargo, no acababa de asumir verla acompañada de aquel dichoso chaval, al que me parecía “odiar”, pues ni siquiera nos conocíamos, ya que, decían, que era del pueblo donde daba clase la maestra. Se terminaron aquellas tristes vacaciones y volví para mi Escuela de Peritaje. Por Navidad vine a casa 15 días. Nos saludamos, nos hablamos y nada más, puesto que continuaba acompañada con aquel chico, de lo que nada comentamos.

      Y volvió otro verano y nos volvimos a encontrar en el pueblo; pero las cosas habían cambiado: Estela ya no tenía novio, o lo que fuera. Me sentí aliviado, como a quien le quitan un peso de encima. -Sí, ¿y qué? -Me pregunté.

      Lo decidí enseguida: acompañaría a Estela, pasara lo que pasara. No estaba dispuesto a rendirme ante nada. Se lo comenté a mi madre, quien, después de pensarlo mucho, me dijo que hablaría con mi padre y que iba a tratar de convencerlo. Pasaron varios días y, al fin, mi padre me dice que haga lo que quiera; pero sí te digo –me aclaró- que con la guapura sola no se vive, pues, esa moza no va a tener dote; no obstante, te pido que no la engañes: averigüé que, aunque humilde y muchos hermanos, es una chica instruida y de buena familia. Lo demás es cosa tuya, añadió. Desde aquel momento me sentí aliviado. Yo estaba estudiando y se lo dije a Estela por carta, negándose rotundamente a reanudar la relación: No le era fácil olvidar lo que ocurriera. Pasado algún tiempo -ya estábamos de vacaciones- me dijo que lo pensaría, decidiéndose, al fin, después de una larga espera, a que la acompañara. Aquel verano fue feliz y decisivo para mí: fuimos a muchas fiestas, a las mayegas –claro- y a la playa, algunas veces. Nos hicimos novios y, con su gran simpatía, me enseñó a bailar y nos enseñamos mutuamente a querernos. Era encantadora, con la insinuante y fulgurante mirada de sus ojos negros y aquella sincera sonrisa que cautivaba.

      Al comenzar el curso, marché para hacer el último año de mi carrera, durante el que nos escribimos varias y largas cartas, regresando al año siguiente con el título de Perito Agrónomo para trabajar en la hacienda, procurando hacerla, con mis conocimientos, lo más rentable posible. Y así iba pasando el tiempo y acompañando a Estela, que ya estaba convencida de que la cosa iba en serio, tan en serio, que nos casamos a los dos años, después de cierta resistencia, por parte de ella, de irnos a vivir con mis padres, algo que terminó aceptando. La maestra le regaló el vestido de novia y dinero para sus gastos, pidiéndole, en cambio, ser madrina del primer hijo que tuviéramos. Era una excelente mujer.

      Tenemos dos hijos y tres nietos, que están cada uno en su vida. Mi padre olvidó todo aquello de la dote, de criada de servir y aquel afán costumbrista de sus tiempos, pues vio en Estela una hija más y una mujer cariñosa y olvidada de ciertas costumbres que no tenían sentido. Por mi parte era feliz, viviendo sin la dote de mi mujer, pero con su guapura, simpatía y afán por el trabajo; nuestra hacienda y los niños, algo que mi padre no entendió hasta que lo vio.

       Esta fue la consecuencia de aquel lejano inicio de amor en una mayega de trigo, que nunca olvidé.

AMOR FRUSTRADO

                                                          ¿AMOR? FRUSTRADO
                                                             (Relato costumbrista)
                                                  Por Vicente Pérez Suárez (Miudeira)

      Una vez más nos asomamos con este escrito a las fiestas del Santo Ángel en Viavélez, de este año 2012, con el deseo de que estos festejos sirvan a este hermoso pueblín para solazarse durante estos días veraniegos, muy cerca del mar. He aquí mi colaboración:

      José Luis, un muchacho de unos 14 años, se despertó aquella mañana, un tanto aturdido y somnoliento. Había dormido mal y soñado mucho, por lo que, refregando los ojos, exclamó:
-Sin embargo, no es un sueño. Es verdad: Carmen María estuvo aquí dos meses y se marchó.

        Para entender esta historia –que puede servir de recuerdo para muchos- tenemos que retroceder esos dos meses de este despertar de José Luis y a un verano de allá por los años 40-50. A la casa del muchacho -situada en la aldea- llegaban de Cuba, a pasar dos meses, una tía suya, hermana de su madre, acompañada de una sobrina, hija de otra hermana que se había quedado en la isla caribeña. Carmen María, así se llamaba la sobrina, prima de José Luis, era un poco mayor que él. El muchacho no estaba nada entusiasmado con esta inquilina cubana, puesto que él era un chico de pueblo, hijo de unos agricultores, y, en aquella época, los pueblos, aldeas, e, incluso, España, representaban muy poco comparada con Cuba: una nación muy avanzada, por ser aliada de los EE. UU. de América. Por otra parte, José Luis, a pesar de ser inteligente y de un físico agradable, era un chico tímido y muy poco hablador, no teniéndolas todas consigo, cuando se encontrarse con aquella “intrusa” que, por el contrario, venía a España con la gran ilusión por conocer a su familia, el pueblo donde había nacido su madre y el país donde vivían. Su primo no contaba mucho en sus planes.
       Por fin, llegaron las caribeñas y José Luis comprobó que no se había equivocado: se encontró, ruborizado, con una guapa, fina y rubia muchacha cubanita, de ojos azules, sonriendo y hablando suave y diminutivamente, e inquieta como un torbellino. Abrazó y besó a la familia y a su primo, diciéndole: ¡Hola primito, que tal!, quien le causó, en principio, cierta indiferencia; no obstante, en unos días se “apoderó” de él, con el fin de pasar aquel tiempo lo más distraído posible, sin que en todo ello hubiera otros propósitos que no fueran, como digo, pasarlo lo mejor que pudieran en familia. José Luis se sintió abrumado; pero, en menos de una semana se hicieron tan amigos, como si se conocieran de siempre. Fueron pasando los días y la tía los llevó a muchos sitios a ver cosas. A Carmen María le gustaban la música, el baile, el cine; los animales, el campo, los árboles… Fueron a las fincas en el carro, allindaron las vacas, tomando parte la chica, a su manera, en las faenas camperas de la época. Por otra parte, los muchachos hacían vida por su cuenta, jugando y divirtiéndose cuanto podían. El joven -cosa que les suele ocurrir a los tímidos- más que jugar, observaba en Carmen María lo bella y simpática que era; tanto, que no se le iba un solo momento de su imaginación. Por su parte, la chica no parecía hacer lo mismo, dedicándose, con su primo, a jugar, divertirse y disfrutar lo mejor posible de aquel ambiente campestre que no había conocido nunca, sin que diera sensación de otras atenciones hacia el joven. Lo que sí le extrañaba era la gran diferencia de forma de vida que observaba en relación con Cuba, cosa que, incluso, le agradaba por su tranquilidad. Cuba era una ciudad maravillosa, pero muy ajetreada y agobiante. Entretanto, el tiempo seguía pasando: fueron a la playa varias veces, aunque nunca se bañaron. Descalzos pasearon por la arena mojada, charlando de cosas triviales, casi inocentes. Otro día fueron al prado a llevarle la merienda al padre de José Luis, que estaba segando hierba, y se perdieron por el camino, pero llegaron y merendaron los tres, del abundante menú que llevaban. Asistieron a misa los domingos y a varias fiestas, en compañía de los padres de José Luis y la tía cubana, quien les sacó algunas fotos. A Carmen María le encantaba la orquesta Variedades, muy en boga entonces, sobre todo por las canciones del Borracho y la Niña de Puerto Rico; sin embargo, también se divirtieron solos a su manera: jugaron al tenis, juego que José Luis no entendía, pero le enseñó ella; jugaron también, como dos niños, as fabas de color, as tres en raya, a llebre escondida, etc., juegos que el chico tuvo que enseñar a su prima. No hubo juego ni distracción que no hicieran, aprovechando así todo el tiempo que José Luis no tenía ocupado en ayudar a sus padres. Por las noches jugaban a las cartas -aunque no supieran mucho- escuchaban música de una radio, leían Flechas y Pelayos y los cuentos de Mari Pepa (revistas infantiles de entonces), haciendo sus muñecos recortables de cartulina; y rezaban el rosario, al que obligaba la abuela. También se dedicaron mucho a un juego que la chica sabía, que era escribirse mutuamente breves cartas, diciéndose cosas triviales, algo que al chico le gustaba, pues tenía muy buenas ocurrencias para ello. No fue tanto el tiempo, pero fueron muchas horas, y, en los chicos se iba creando, aunque no lo percibían, algo más que una simple amistad. Fueron muchas veces las que se miraron; mucho lo que hablaron y se divirtieron. Fueron varias veces las que se tocaron las manos: él, las suaves, blancas y de largos dedos de ella que, a su vez, sentía las de él, un tanto ásperas, pero cariñosas y tibias. Parecía como no percibirlo, pero se sentían atraídos, conturbados. Quizá sin saberlo, estaban enamorados, sin que jamás pasara por ellos nada inmoral. Estaban “enamorados”, pero ninguno de los dos lo declaraba con palabras: no sabían expresarlo, no se atrevían; sentían rubor o preferían seguir así. Tan pronto pasó aquel tiempo, que ya les quedaban pocos días; tan pocos, que la tía les sorprendió con que había que ir preparando las maletas, ya que dentro de tres o cuatro días marchaban de nuevo para Cuba. La tristeza, sin que nada se dijeran uno al otro, invadió a los jóvenes. Dentro de nada se iban a separar, pensó cada uno, y quizá no se volvieran a ver nunca más, o, si se vieran, ¿Cuándo sería? De todas maneras no perdieron el tiempo pasado y el poco que les faltaba.
      Y llegó el día de la separación. Fue ella la que llevó a cabo la iniciativa de despedida, como cuando llegó a la casa de aquel chico tímido e indiferente: adiós, José Luis. Volveré, le dijo, mirándole fulgurante a los ojos. Le abrazó y le dio otro beso -distinto de aquel primero de llegada-, repitiendo: ¡Adiós, primito! Volveré. Él se quedó mudo, con una triste sonrisa, sin dejar de mirarla, hasta que ella se subió al autobús que les llevaría al puerto del Musel en Gijón, volviendo la vista atrás, detalle que él aprovechó para decirle adiós con la mano, exclamando para si: ¡Se acabó. Me quedo solo…!
Así, con este hermoso, y, a la vez, triste recuerdo, se despertó aquella mañana: no había soñado. Había sido una realidad. Para comprobarlo, sacó de la mesita de noche unas fotos y el pañuelo perfumado y bordado, con su inicial, que Carmen María le había dejado. Algún tiempo después, cuando la chica ya estaba en Cuba, no pudo resistirse, dado su decaído estado de ánimo, a escribirle la siguiente carta –seguramente recordando el juego que le enseñara- con el fin de continuar con ella, aunque fuera en la distancia. La carta iba redactada, más o menos, en estos términos, dada su edad:

     “Te escribo, Carmen María, ya que ni te veo ni puedo hablar contigo. Tenía que ocurrir nuestra triste separación. Siempre soñé. Soñé cosas que se me ocurrían imposibles. Te quería, ahora me doy cuenta con tu ausencia, y te lo puedo decir sin miedo; pero ya es inútil: ¡estás tan lejos! ¡Todo fue tan maravilloso! Nunca te dije ¡te quiero!; pero tú sabías que te quería, y me querías, no sé cómo, pero nos queríamos. Lo sé de cierto, pues aunque joven, sé leer en los ojos. Fue poco el tiempo que estuvimos juntos. ¿Recuerdas qué cortas se hacían las horas cuando paseábamos? Jugueteando corrimos descalzos por la arena de la playa, mientras el agua tibia acariciaba nuestros pies; después, cogidos de la mano, nos mirábamos en silencio y nos vimos reflejados en nuestros ojos, sintiendo una dulce impresión emocional. Luego dijiste muy queda y con disimulo: ¡Qué bonita es la playa y el mar! No, la playa y el mar no son bonitos, -te dije- la bonita eres tú. También lo era nuestro cariño y nunca hablábamos de él. La arena y el agua seguían besando y acariciando tus pies y los míos. Casi por instinto, lentamente, acerqué mis labios a tu boca y murmuraste con dulzura, pero con cierta tristeza, al tiempo que ponías en la mía, tu suave mano: ¡No, José Luis! Eres muy simpático y bueno, primito, pero deja que todo siga como hasta ahora. En nosotros no puede crecer más este inicio de cariño… Dentro de unos días me tendré que marchar y todo lo olvidarás: No quisiera sufrir con el recuerdo pasajero de este cariñoso veranito. Mis labios sintieron rabia y mi corazón saltaba incontrolado. ¿Tú crees que se puede dominar el corazón en un caso así? Nunca me atreví acariciar tu mano, y la tuve entre las mías; aunque, instintivamente, lo hacíamos los dos; nunca por mi cabeza pasaron pensamientos inmorales; nunca intenté nada que pudiera no gustarte. Era muy grande la impresión de cariño que te tenía. Ahora me quedé vacío, solo. No puedo más que soñar y recordar tu compañía y tu mirada azul. Mis pensamientos se irán muriendo hasta que todo esto sea como un sueño del que nunca quisiera despertar. ¡Fueron tan bellos aquellos momentos! ¡Eran tan dulces tus palabras! ¡Eran tan fulgurantes tus ojos, tan lindas y suaves tus manos, que sólo soy feliz cuando sueño este hermoso recuerdo! Cuando leas estas líneas, comprenderás todo lo que sentí cuando estaba contigo. ¡Y yo tan callado y tú disimulando! No puedo olvidar cuando danzabas sobre tus bellos pies, haciendo, en torno tuyo, un gran abanico con tu falda plisada, mientras yo te observaba como si fueras una mariposa. Tampoco puedo olvidar las tres o cuatro veces que nos besamos, todas diferentes, y el dulce aroma del pañuelo que me dejaste. ¿Por qué me camelabas así ?
Sé que la culpa no fue tuya ni mía, o fue de los dos. ¿Cómo terminaría todo si los dos –no sé cómo- nos queríamos? Pero algo más fuerte que nosotros se interpuso, algo contra lo que quise luchar; pero caí vencido ¿Por mi timidez? ¿Por mi infantilismo? ¿Por qué tú hiciste igual? Pienso que los dos somos unos niños y como tales nos comportamos, siendo vencidos sin lucha, a pesar de que nos queríamos como dos jilgueros. Quiero que encuentres la felicidad que surgió entre nosotros. Ya sé que eres casi una niña aún y no comprenderás muy bien lo que te digo yo -todavía más niño- pero sabes amar en silencio. Con más edad, tendremos que aprender a querer manifestándonos. No volveremos a caer en el mismo error, cuando estemos seguros que también alguien nos quiere de verdad ¿como nos queríamos nosotros? Deseo para ti esa felicidad que, inocentemente, presagiaba para mí, contigo; pero que se frustró ¿inevitablemente?
¡Adiós, Carmen María! ¿Volverás?”.

      Un tiempo después, José Luis recibió de la cubanita una carta; carta que decía –en otro sentido, claro- casi igual que la suya. Se escribieron durante algún tiempo, pero todo se fue apagando lentamente. Fue como un espejismo, como una exhalación. (Parece ser –según se supo después- que lo estaba s padres del chico y la tía cubana, observaron algo de este proceder en los muchachos, encargándose la tía de prevenir a su sobrina, quien lo sufrió todo sin que el chico se enterara). Esta fue la historia de aquel primer gran “amor”, fulgurante e inocente, de unos adolescentes, casi niños; teniendo la oportunidad de comentarlo erno recuerdo- chos años después, cuando, ya mayores, se volvieron a ver y cada uno acomodado en su vida familiar.

LA EMIGRACIÓN DE ANTES EN EL FRANCO Y SU ENTORNO


LA EMIGRACIÓN DE ANTES EN EL FRANCO Y SU ENTORNO

Por Vicente Pérez Suárez-

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      A petición de la Comisión de fiestas del Pilar, envío escrito para el libro que se proponen editar para este año 2010.

      Ya que se trata de la fiesta de La Hispanidad, quiero dedicar mi colaboración a los miles de emigrantes que pasaron el atlántico o se quedaron en Europa, que también fueron emigrantes. Lo voy hacer con un extracto de todo lo que yo pude saber sobre tan penoso tema de aquellos tiempos, en que la única alternativa de los jóvenes –y no tan jóvenes- era irse por esos mundos desconocidos en busca de un modo de vida mejor que el que tenían. Ya se ha escrito mucho sobre la emigración en cada uno de los tres libros que he publicado: “Antes y ahora del concejo de El Franco” y los dos tomos de “Crónica de las corporaciones municipales de El Franco”, así como en varios libros de fiestas, se pueden ver diversos escritos y comentarios sobre la emigración; por lo que trataré de hacer un pequeño compendio de todos ellos.

      En primer lugar, hay que tener presente que la emigración, en cualquier parte de España, en este caso, en el occidente de Asturias, fue originada por la gran cantidad de familias numerosas que había entonces -ya antes del siglo IX-, el bajo nivel de vida en nuestro país y las grandes estrecheces de la economía doméstica, sobre todo rural, contrastado, por lo contrario, con la prosperidad de otros países de América: Cuba, Argentina, Uruguay, Venezuela, Méjico, etc. y, más tarde, ya a mediados del siglo XX, en nuestra propia Europa: Alemania, Suiza, Francia, Bélgica etc.. Como decía, muchas familias tenían 8, 10 ó más hijos, no habiendo otro remedio que darles una salida a alguna parte, especialmente a los varones o al propio matrimonio, puesto que en la casa sólo se debía quedar uno, casi siempre el mayor, los demás debían buscarse la vida por el mundo como pudieran. A algunos de ellos les fue bien, otros hicieron grandes fortunas, sobre todo los que emigraron a Cuba y a La Argentina, como lo demuestran la gran cantidad de escuelas que costearon, en especial en zonas rurales: colegios de 1ª y 2ª enseñanza y el teatro Helenias, en Boal; obras culturales y sociales, además de las numerosas casas llamadas de indianos, palacios, -por citar algunos- como el de D. Fernando Jardón en Ortiguera, donde formó un pequeño núcleo de casas: La Quinta Jardón, las escuelas, el parque y la reforma de la capilla del Cabo de San Agustín. En Mohías sufragaron la nueva parroquial y las escuelas en el barrio de El Rabeirón. Fundaron también en La Pampa la ciudad de Jardón y su hijo fue cónsul de Argentina en España, llevando a cabo una intensa labor filantrópica. Igualmente, la misma familia en Viavélez, de donde eran nativos e hijos de un marino, D. Eduardo Jardón construyó el palacio Quinta San Jorge; las escuelas, con emblemas de la República Argentina, así como otras obras benéficas y sociales, además de ocuparse de muchas familias de sus respectivos pueblos. En Valdepares existió la hermosa Torre de los Ochoa, hoy en ruinas a causa de un incendio, construcción de mecenazgo (protección o ayuda que se da a las artes y a las letras). Quizá el más antiguo de estos benefactores (siglo IXX) haya sido el sacerdote de la casa de Hipólito de Godella (Miudes), D. Fernando A. Díaz Ron, emigrante en Mégico, quien construyó la escuela mixta de Godella, casa y capilla –la primera escuela de toda la zona- y pagaba por su cuenta al maestro o maestra (entonces no lo pagaba el Estado). D. Domingo Méndez, natural de Miudes, fundador en la Habana de la fábrica de puros “Regalías el Cuño”, fue otro filántropo por el bienestar social de su pueblo. Otro ejemplo lo tenemos en Arancedo, en la persona de D. Enrique V. Iglesias, quien ha hecho donaciones importantes en el concejo de El Franco. Y así podríamos citar las escuelas, el Casino y Villa Rosita, en Castropol, así como obras benéficas y culturales; chalé Montañés, palacio de Arias, las casas Ochoa y Hatorey y villa Mayagüez en Navia, Puerto de Vega y Tox, respectivamente, así como el cementerio de Villapedre; el Hospital-asilo, villa Tarsila, Argentina, Excelsior, en Luarca, y tantos otros que podríamos mencionar y comprobar en la actualidad en casi todas las parroquias y pueblos del extremo occidental de Asturias, ya que, puestos a referirnos a toda la provincia, tendríamos que hablar del sanatorio Naranco de Oviedo, Galerías Preciados, El Corte Inglés, etc., lo que nos llevaría a unas 10.000 obras entre hospitales, asilos, iglesias, capillas, mejora de caminos, traída de aguas, lavaderos, cementerios, electrificaciones, etc. casi todo ello en zonas rurales pobres, de donde fueron oriundos estos emigrantes, y a costa de un gran tesón y sacrificio. Otros regresaron con pequeñas fortunas y montaron negocios, incluso caserías de labranza.

      Por todo ello, al invertirse la economía de esas naciones de ultramar con el más alto nivel de vida en España, tenemos una deuda con todos estos filántropos, tanto que, así como ellos se preocuparon por nuestras necesidades entonces, nosotros ahora debiéramos –de hecho se está haciendo- preocuparnos y ayudarles a sobrellevar las penalidades económicas que están sufriendo casi todos esos pueblos iberoamericanos. Sin embargo, estos favorecidos de la emigración fueron muy pocos, un 10 %, comparado con la gran cantidad que volvieron con lo puesto o en la miseria; otros que se quedaron por allá y muchos que nunca más se supo de ellos, ni tan siquiera escribieron una carta a sus familias. Otros no emigraron por su voluntad, sino que se vieron obligados por sus propios progenitores a marcharse por esos mundos desconocidos y “traidores”, donde pasaron las mayores penalidades, alejados de todo apoyo y sostén para poder sobrevivir. Los hubo que no marcharon, digo, con ilusión y su voluntad. Muchos fueron obligados porque tenían una novia que no era del agrado familiar; otros, porque en casa no había para todos, sólo para uno; los hubo que se querían casar, pero para ello había que buscarse un medio de vida que nadie les daba aquí y se fueron con el propósito de volver, de reclamar a la novia, casarse por un poder y, luego, con el tiempo, llevar a la esposa. Me decía un amigo, emigrado obligatoriamente, que su padre sólo supo tener hijos para después tirarlos por el mundo: había sido reclamado por un tío que resultó que estaba en la miseria y nada podía hacer por él. Otros se fueron, sin ninguna escolaridad, cuando tenían 12 ó 15 años, siendo recibidos por un país “frío”, mecanizado y próspero -pero no para ellos-, desconociendo las costumbres, aceptando trabajos que los nativos no querían y durmiendo en una buhardilla, aplanados por la soledad el ruido y el jolgorio que, ajenos a sus penas, subía de la calle. Eran países prósperos, pero no para los emigrantes. De todas formas, muchos aprendieron a saber lo que es el mundo. No hicieron fortuna, pero aprendieron muchas cosas y regresaron a su patria dispuestos a hacer en su tierra lo que por el mundo no consiguieron, saliendo adelante con la experiencia de la emigración. Para estos, no todo fue perdido. En fin, una serie de circunstancias, muy deficientes e inseguras que, en la mayoría de los casos, fue todo un verdadero desengaño y un drama. Casi todos estos emigrantes habían sido reclamados –como decíamos- por un familiar o amigo de la familia: un tío, el padrino, un familiar lejano –en muchos casos, arruinado- y también, marchando engañados con un deficiente contrato de trabajo, casi siempre para trabajar en el campo, tramitado todo por una agencia que se dedicaba a eso: a emigrar gente con unas promesas y contratos que no eran tales, sino para ser esclavo de un todopoderoso que actuaba en la sombra. Estos contratos, según se supo, no eran más que un mito creado por nuestros gobiernos de entonces, con el fin de ocultar intereses que el régimen tenía con esos grupos migratorios para que enviaran divisas a España, a cambio de mano de obra barata y la explotación a la que fueron sometidos, no siendo las condiciones laborales, salvo raras excepciones, de un trabajador autóctono. Claro que, como digo, algunos tuvieron suerte, pero la gran mayoría sufrió grandes penalidades en un país que no era el suyo, teniendo que conformarse con los “desperdicios”. Muchas veces se dio el caso de que era el propio tío, pariente o “amigo” que les había reclamado, el que los explotaba en su beneficio, haciéndolos sus propios esclavos, sin que jamás pudieran valerse por si mismos ni ser autóctonos, sino que dependían totalmente del que con tanta ilusión esperaban cuando llegasen a su destino emigratorio, comprobando con desilusión, que sería su propio “verdugo”. Era todo un engaño. Sólo los reclamaban para su beneficio. De esta situación era casi imposible dar marcha atrás. Había un gran charco en medio, que costaba mucho dinero atravesar para volver a su añorada patria. Algunos fueron repatriados como enfermos o pordioseros, dado que eran un problema para el país; otros volvieron muchos años después, encontrándose, algunos, con una familia “extraña” que no les recibió, pero los demás se quedaron allí en el silencioso y triste olvido.

      Testigos de toda esta tragedia emigratoria fueron, entre otros, principalmente el trasatlántico español, Magallanes; los portugueses, Santa María y Cabo San Vicente. El Magallanes fue uno de los buques que más veces realizó la travesía del Atlántico, buque que fue desguazado en el año 1957, para dar paso a otros más modernos y veloces.

      Por los años cincuenta-sesenta las cosas cambiaron: ya no se emigraba al continente americano, puesto que, si antes era complicado, ahora América no tenía nada que ofrecer, pero sí Europa, aunque, también con sus tragedias y penalidades. La única ventaja que tenían estos emigrantes era que podían coger un perezoso tren y volver a su patria, si allí no veían modo de vida, cosa que hicieron muchos; otros volvieron con una pequeña fortuna y otros se quedaron. Se calcula que cerca de 2 millones de nuestros ciudadanos emigraron de España durante esos años, casi todos de origen rural. Todavía en 1973 llegó haber en la República Federal Alemana, unos 286.000 españoles. A partir de ese año, a causa de la crisis del petróleo, Alemania no contrató más trabajadores, decidiendo el regreso a España. A pesar de ello, a finales de 1999, aún había en Alemania 129.893 españoles. Estos también, se decía, cruzaron los Pirineos con un “contrato” de trabajo en el bolsillo. Pero la verdad, como en el caso de los emigrantes a América, era sólo a medias. Era otro mito que nuestro régimen tenía con la emigración para que enviaran divisas a cambio de agotador trabajo mal pagado. Si alguna ventaja tenían era que allí trabajaban, cosa que en España era muy difícil, aunque gran número de ellos retornaron, prefiriendo trabajar en lo que pudieran en su patria y no quedarse en un país, que ni tan siquiera conocían su idioma.

      Había mucho que escribir y contar sobre la emigración. Como queda dicho, hubo quienes hicieron grandes fortunas, que les permitió vivir a lo grande, con lujosos coches -como el famoso Haiga- , pero también dejaron su huella en su tierra, con las grandes obras culturales y sociales de las que antes hablamos. Otros volvieron y salieron adelante en la patria que les vio nacer, convencidos de que en ningún país lo dan por las buenas y mucho menos cuando se es un extraño. Vale más buscar un modus vivendi en la patria donde se nace, que aventurarse por esos mundos, donde nadie hace caso de ti, y si te dan algo es a cambio de un gran sacrificio y hasta desprecio, ya que te tienen como un intruso. Pero lo más dramático fueron ese gran número de emigrantes que nunca más se supo de ellos, que nunca pudieron o no quisieron escribir una carta a sus progenitores, puesto que, en algunos casos, ni lo merecían, y allí se quedaron, con todos sus sufrimientos y penalidades. A unos pocos, les fue comunicada su muerte a los familiares, por alguien que los conocía o vivía cerca de ellos, ocasionando problemas, a sus familias de España, a la hora de proceder a sus derechos hereditarios.

      Había muchas historias que contar sobre esta pobre gente engañada con promesas que jamás se cumplirían; o era gente que no debieran haber emigrado nunca, ya que para eso se precisan conocimientos del mundo y saber hacer algo, puesto que la primera pregunta que le hacen a un emigrante es: ¿Qué sabe Vd. hacer? Los hubo que ni tan siquiera sabían leer ni escribir, marchándose con lo puesto, como si lo demás se lo dieran nada más llegar. El mundo no da nada más que engaño y traición. Hay que ser muy diligente, dinámico y poseer una mediana cultura; cualidades que, si se tienen, no hace falta desplazarse al otro hemisferio para salir adelante en la vida.

(La primera foto es el Centro Asturiano en La Habana, hoy bajo control del Gobierno, y, la otra, el trasatlántico Magallanes, fondeado en La Coruña, y que tantos emigrantes transportó a Hispanoamérica. Los que emigraron a Europa lo tenían más fácil para ir y volver en un perezoso tren)

LAS FIESTAS DE SAN MIGUEL DE ANTES, EN LA CARIDAD

                      
LAS FIESTAS DE SAN MIGUEL DE ANTES, EN LA CARIDAD

Por Vicente Pérez Suárez

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   A petición de la Asociación Arcángel San Miguel, quisiera intentar, con esta intervención sobre las fiestas de san Miguel de antes, o de antaño, de allá por los años 40, 50 e, incluso, 60, hacer revivir aquellos inolvidables y añorados festejos -para los que los conocimos, claro-, pero también para conocimiento de los que son más jóvenes, con el fin de que tengan una idea comparativa con las de ahora; aunque, todo hay que decirlo, son tiempos muy distintos. Vamos a intentar, pues, revivir aquellas trascendentales fiestas en la villa de La Caridad.

    Las fiestas de San Miguel no eran exclusivas de La Caridad, sino de todo el municipio, e, incluso, de concejos limítrofes y pueblos lejanos, y para todo tipo de público: viejos, jóvenes y niños de todas las edades. S. Miguel venía a ser algo así como el Patrono del municipio, el Patrón del concejo, por lo que eran unas fiestas muy esperadas, cuando al final del verano se iban acabando casi todas y entraba el ventisquero septiembre, para llegar hasta el final de dicho mes, con los días ya bajando y noches frías, a pesar de lo cual se celebraban, en la antigua plaza del mercado, las famosas verbenas a la Veneciana, con el fin de obtener dinero y poder sufragar los festejos que se aproximaban, dirigidos por una Comisión muy entusiasta, para que cada año salieran lo mejor posible. (Se cree que este nombre de verbenas a la “Veneciana” se debía a las grandes verbenas que se celebraban –y se seguirán celebrando- en Venecia cuando los festivales; verbenas iluminadas con lujosas farolas de luces de colores y colgaduras de papeles, también de vistosos coloridos).
      El programa festivo era muy amplio, ya que duraban cuatro o cinco días: 28 de septiembre, víspera de las fiestas, con gran repique de campanas y lanzamiento de atronadores cohetes; 29, día grande de San Miguel; 30, San Miguelín y 1º de octubre, que era fiesta nacional (día del Caudillo), remate final con la jira campestre. Para darnos una idea de estos festejos, vamos a servirnos de un pequeño folleto, o libro de fiestas del año 1953, en el que sólo había un saludo de la Comisión, una poesía-soneto de un colaborador, el programa de las fiestas y un montón de anuncios de El Franco, Navia, Tapia y Cartavio. El folleto se vendía al público por 3 ptas., que ya estaba bien para aquella época. El programa literal era el siguiente: Domingo, día 27, Día de América: a las 9 de la mañana, con el disparo de potentes bombas, se anunciará al vecindario el comienzo de los festejos. A las 11, misa solemne. A las 12, Recepción oficial en el Excmo. Ayuntamiento, haciéndose entrega de un artístico pergamino al representante en ésta de los “Naturales de El Franco en Cuba” (El representante era D. Ramón Díaz Anes, expresidente de la Unión de Naturales de El Franco en Cuba, el cual se hallaba pasando unos días en La Caridad. De esto existe abundante información en la Crónica que yo he publicado). Seguimos con el programa: a las 2, comida en honor de los emigrantes del concejo en América. A las 6 de la tarde, gran baile de sociedad (este baile debía ser al final del banquete, entre los participantes y numerosos emigrantes, sobre todo de Cuba). A las 11 de la noche, fantástica verbena, en la que se lucirá maravillosa iluminación.

       Lunes 28: A las 5 de la tarde, una renombrada orquesta, acompañada de gigantes y cabezudos, recorrerá las calles de la villa. A las 6, saludo a los romeros que venían de Villaoril, con animada romería asturiana. A las 10, monumental verbena. (Esta romería tenía por objeto, como se dice, animar a los romeros –casi todos gallegos- que venían de Villaoril, una fiesta prácticamente religiosa, para que se quedaran en La Caridad, cosa que conseguían, ya que eran muchos los que se quedaban).

       Martes 29: A las 7 de la mañana, diana floreada, anunciando al vecindario el Día Grande. A las 11, Misa de Campaña en el frondoso e incomparable parque de la villa, cantada a cuatro voces por el Coro de la Capilla Santa Cecilia de Oviedo; a continuación la procesión, alrededor del parque, en honor de San Miguel. (Esta procesión, alrededor del parque, se hacía siempre, con mucho respeto y asistencia de público. La misa de campaña fue sólo aquel año). A la una, Concierto en el parque a cargo de las orquestas. A las 5, la tradicional y concurridísima Romería de San Miguel. A las 11, tercera verbena, luciendo la artística iluminación de las anteriores.

      Miércoles 30: San Miguelín, a las 11, la gran Orquesta Variedades, amenizará el concierto. A las 3, el desfile de gigantes y cabezudos, anunciará a los niños su Día Grande. A las 5, carrera de bicicletas infantil, carrera de burros, sacos, patines y otros obstáculos (para los vencedores habrá valiosos premios). A las 6, Monumental Romería. A las 11, cuarta verbena amenizada por la orquesta Variedades.

      Jueves, 1 de octubre: a las 3, gran jira campestre en el prado de “La Carbayeira”. (Al atardecer se regresaba de la Carbayeira a la villa). A las 11, como final de las fiestas, fantástica verbena a la Veneciana, en la que la comisión derrochará hasta la última peseta, en una atronadora y larga traca de fuegos artificiales.

       Este era el programa literal del año 1953, parecido al de otros años con ligeras variaciones. Con todo hay que decir que había muy variadas orquestas, muchas gallegas: Queimada, Los Almirantes, Clave de Lugo, Sícora-Boys, de Grado; Los Veracruz, de Puerto de Vega; River, de Trubia; Fantasio, de Navia, y, como no, las orquestas del concejo: Osnola de Miudes, Ritmo, Amapola y River Club, de La Caridad. Además, grupos de gaitas, como Brisas del Navia, de Medal; Vilanovas, de Serantes; Os Quirolos, de Castropol, y otros, recorrían la villa, alegrando con sus pasacalles al numeroso público, creando un espléndido ambiente festivo. Algunos años, una banda de unos 25 ó 30 maestros (creo que era la Banda Municipal de Luarca) daba conciertos en el parque, después de la misa.

      Ahora que ya tenemos el programa, vayamos a las fiestas y contemplemos el amplio y variado escenario de la villa, en la que, las ventanas y balcones de los edificios, aparecen con colgaduras de la Bandera Nacional y otros adornos, y en donde van a tener lugar 5 días de festejos; 5 días prácticamente enteros, por lo que podemos ver en la programación.
      Como queda dicho, San Miguel no era una fiesta sólo de La Caridad ni del concejo: la camioneta de Alfonso Sánchez, así como los taxistas Candelero, con su coche EXEX y Catarrito, con su FORD 4, después de repostar en el surtidor de gasolina que había ahí en la esquina del parque, frente al cine, hacían viajes a La Braña, Navía, Tapia y otros lugares apartados –ranganeando por las empolvadas y empedradas pistas- para traer a la Caridad a los romeros de la montaña y demás lugares, pues, el que no iba a San Miguel no iba a ninguna parte. Todo el contorno llevaba esperando este día y no se podía faltar. Hasta D. Aquilino –el párroco- acompañado de sus amigos de tertulia, daba una vuelta por el campo, con su larga sotana y el bonete en la cabeza. Otros venían, ya muy temprano, caminando, en bicicleta o caballería, con el mejor traje y corbata. Las mujeres vestían sus mejores atuendos y las jóvenes estrenaban lucidos vestidos. Familias enteras con los abuelos y los niños –entonces había muchos- se encaminaban ilusionados a San Miguel. No había accidentes ni tantos muertos por la carretera, pero sí, desgraciadamente, muchos mancos e inválidos que aprovechaban para implorar la caridad de la concurrencia. El problema de aparcamiento era para las bicicletas y las caballerías, muchas de ellas se guardaban en la cuadra del Choyo o por las inmediaciones de la villa.
       San Miguel, además de ser una fiesta, era una romería, una feria, un mercado; incluso una especie de circo, con una serie de juegos y comedias con toda clase de diversiones y artilugios. Los comercios estaban abiertos durante todos los días con los escaparates espléndidamente iluminados; en el llamado Campo de las Almenas, junto a la iglesia (irónicamente llamada plaza de los cerdos), entre voces, juramentos, apretones de manos, maldiciones y gruñidos, se mercaban los cerdos de cría para la matanza del año. Después del trato, el cocheiro y el paisano tomaban la robla en la casa de Pepe de Xinzo, entonces comercio-bar y allí muy cercano. Un poco más allá, el dulceiro de Tapia vendía pasteles, roscones y chocolate artesano de onzas cuadradas; en otros puestos se vendían cribos, peneiras, faroles, cuchillos, navayas, moldes para empanadas, cazolas, galochas, sombreiros y un sinfín de artilugios; ya dentro del parque, en numerosos tenderetes, también se vendía fruta de la época, en la que no podían faltar las uvas, rosarios de castañas cocidas, nueces, empanadas y rapón de méiz, así como toda clase de golosinas; otros vendían bastóis, chiflos, silbatos, armónicas y muñecas de trapo. No había niño ni niña que no fuera tocando el silbato por la fiesta, chupando un caramelo llargo u otras golosinas; también se vendían, petardos, pequeños cohetes, haciendo todo ello un conjunto festero por todo el campo. Se veían diversos puestos, ofreciendo mercancías de lo más variopinto que uno se puede imaginar. No faltaban los charlatanes que ya empezaban a vender bolígrafos, que casi ninguno funcionaba, y una serie de objetos llamativos y vistosos: carteras de piel-cartón, peines, sortijas, gafas de cartón con “cristales” de papel de colores, etc., un montón de llamativas mercancías, que llamaban la atención de grandes y pequeños. Algunos años hubo exposiciones muy interesantes, de antigüedades y trabajos manuales.
       Pero San Miguel era también un conjunto de fiestas dentro de la propia fiesta: junto al bar La Boalesa –allá cerca de la casa de Jenaro- un gaiteiro tocaba la gaita sin parar, mientras otros cantaban y bailaban, y en el abarrotado bar se bebía y se comía de todo; en otro lugar, un espontáneo acordeonista, tocaba el acordeón y cantaba las coplas de un terrible asesinato pasional, ocurrido sabe Dios donde, mientras vendía las coplas a peseta; coplas que la gente compraba impresionada por la tremenda salvajada. Junto a la cafetería el Choyo, otro acordeonista ciego, -o lo parecía- también tocaba lo que sabía, con la gorra en el suelo para que la concurrencia le dejara unas monedas. Además había también chigres campestres, donde se tomaba toda clase de bebidas y café hecho en el propio campo y colado con manga; chigres que se alumbraban por las noches con un candil de carburo, pues los pequeños bares y cafeterías no eran suficientes para todo el público. En una esquina del parque, un improvisado fotógrafo, vestido de negro y un caldeiro de cinz colgado del trípode de su cámara de fuelle, sacaba fotos a la minuta al cándido paciente que posaba, y que, a veces, el cándido se marchaba al tardar mucho en salir el pajarito; las fotos las mojaba en un líquido misterioso que tia nel caldeiro, seguramente para darles nitidez. Luego aparecieron fotógrafos que hacían fotos poniendo al niño, -todo ilusionado- o la persona mayor, sobre una gigantesca moto; fotos por las que en principio no cobraba nada y las depositaba en la Casa Sánchez para que los interesados fueran a verlas, días después, y las llevaran si les gustaban, pagando su importe, claro. También había las lanchas de balanceo y otras que daban la vuelta completa a una gran altura, desde donde se podía contemplar muy bien todo el panorama festivo. La tómbola La Revoltosa, muy surtida de muñecas, mantas, baterías de cocina, juguetes y un montón de regalos muy llamativos al público, sorteaba premios sin parar con una especie de ruleta numerada, a la voz de “hala que siempre toca, si no es una bota es una alpargata rota”, teniendo en frente un montón de público comprando papeletas y haciendo un jolgorio tremendo cuando tocaba un regalo muy llamativo, lo que ocurría muy pocas veces. Todo ello voceado con micrófonos un tanto roncos.
        Las orquestas tocaban sin tregua desde las 5 de la tarde, enlazando con la verbena hasta altas horas de la noche. Una tocaba arriba en el parque unas dos horas y luego empezaba la otra abajo otras dos horas. Las partituras musicales de aquellos tiempos de oro de nuestra música, eran muy variadas y románticas: “El pájaro Pinto”, “La niña de Puerto Rico”, “Agua calentita”, “La cama de piedra”, Allá en el Rancho grande”, “La feria de las flores”, “Jalisco” “ Qué lindo es un fandango”, “Me lo dijo Pérez”, “Islas Canarias”, “Doce cascabeles”, “Tres veces guapa”, “Niña Isabel”, “María Bonita”, “La Raspa”, “La Dolores”, Eva María”, “El Telegrama” “Corazón contento, etc., etc. Como colofón, la orquesta Variedades ofrecía la canción del borracho, creación propia, apareciendo, espontáneo y tambaleando, uno de los músicos, haciendo de borracho y vestido estrafalariamente de negro, con el sombrero echado hacia atrás, amplio bigote, la botella de vino en la mano y cantando, entre otras cosas, el estribillo: “…Tabernero que hipnotizas, con tus brebajes de fuego, sigue llenando mi copa, buen amigo tabernero. Aunque me veas borracho no me eches a la calle…” Era esta la actuación más esperada, pues la ponían siempre al final para retener al numeroso público en expectativa. Al mismo tiempo hay que decir que todo el mundo bailaba, en un tropel de gente incapaz de guardar ningún compás. Era una masa humana que se movía más o menos al son de aquella melodiosa música. Por otra parte, las orquestas hacían menos estruendo del que hacen hoy, pudiendo oírse mucho más nítida.
      Mientras se desarrollaba este festejón por toda la villa, el Cine Europa estaba lleno hasta el gallinero, donde se proyectaban tres o cuatro sesiones de la película del día: “El último cuplé” “El señor fotógrafo y Sastre a la medida”, de Cantinflas”; “La Túnica Sagrada”, “Marcelino pan y vino” etc., cuyas carteleras anunciadoras permanecían apoyadas al propio edificio del cine. Y el salón de baile -de Alfonso- “El Requisito” era otra multitudinaria fiesta, sobre todo si el tiempo estaba dudoso o lloviendo; y hablando de llover, la gente iba igual a la Caridad, con paraguas o lo que fuera. Para ir a San Miguel no podía haber ninguna excusa: San Miguel sólo se celebraba una vez al año y había que aprovechar. Era aquella época tan distinta de la de hoy, que se encontraba tiempo para todo, y sino había que hacerlo. Era aquella época, digo, en que todo era más lento, sin prisas; puede que no fuera tan rentable, pero la gente parecía más feliz; disfrutaba de las fiestas de una manera activa y no maquinal, rutinaria o despectiva como parece notarse en la actualidad: casi se va a las fiestas obligadamente, parecen tener muy poco sentido y eso que cuestan un montón de dinero.
      Por los años sesenta se celebraba la feria del motor, donde se vendían toda clase de vehículos nuevos y usados, y otras variadas mercancías; feria que llegó tener mucho éxito y que duraba los cuatro días de fiestas. Se celebró también concurso de ordeño a mano y de ganado selecto; cortes de troncos con a brosa, etc.. Los ganadores de estos concursos eran obsequiados con trofeos y dinero en metálico.
     El día grande de San Miguel mucha juventud iba ya muy temprano para la fiesta y, luego, más tarde, venían algunas madres con las empanadas en las espuertas para cenar todos juntos en la Plaza de España, o donde fuera, para luego vigilar a las hijas en la verbena. Por aquellos tiempos no era bien visto que las chicas estuvieran solas por la noche; pero, dado el embrollo y tropel que había, no estaban nada fáciles de controlar; aunque parece ser que tenían que presentarse cada cierto tiempo ante la “autoridad” maternal. El remate final de las fiestas era el día 1º de octubre con la jira campestre en Permenande, donde se instalaban chigres y tenderetes ya desde por la mañana hasta el anochecer; se bailaba y saltaba, en corros y emparejados, al son de las gaitas, y familias enteras se juntaban para comer empanada y otros manjares, regados con abundante vino; y la juventud luciendo pañoletas y ropajes de vistosos colores. Luego, al atardecer, toda la jira regresaba a la villa, siguiendo a las melodiosas gaitas, para continuar con la verbena en el parque, amenizada por una orquesta hasta las 12 de la noche. Esta jira se celebró también en Salgueiras y, últimamente, en la Carbayeira, pero se dejó de hacer, debido a que el tiempo creaba problemas y no era muy apropiado, quedándose todo en otra fiesta en el parque, como es en la actualidad, rematada con una gran traca de fuegos artificiales.

      Así eran, más o menos, los festejos de San Miguel por los años 40, 50 e, incluso, 60. Luego fueron decayendo: cambiaron las costumbres, la gente estaba más ocupada en sus faenas, no era posible estar todo el día de rumba; tanto que se vino a quedar como otra fiesta más del concejo, que no es tal fiesta, sino una verbena. Las fiestas ya no existen, son verbenas, exceptuando la de Porcía que es la única que continúa siendo una multitudinaria romería que dura prácticamente las 24 horas del día 8 de septiembre.

      Pienso que con este resumen se pueden comprender las famosas fiestas de San Miguel de antaño y se puede entender que hoy no es posible hacer nada parecido, ya que cada época tiene su razón de ser, como la puede tener la que nos toca vivir actualmente. De todas maneras, no dejemos de asistir a San Miguel por aquello de la tradición, la gran Semana Cultural, tres días de festejos y la solemne misa en honor del santo Patrono. ¡Muchas gracias.!