sábado, 26 de mayo de 2012

LA EMIGRACIÓN DE ANTES EN EL FRANCO Y SU ENTORNO


LA EMIGRACIÓN DE ANTES EN EL FRANCO Y SU ENTORNO

Por Vicente Pérez Suárez-

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      A petición de la Comisión de fiestas del Pilar, envío escrito para el libro que se proponen editar para este año 2010.

      Ya que se trata de la fiesta de La Hispanidad, quiero dedicar mi colaboración a los miles de emigrantes que pasaron el atlántico o se quedaron en Europa, que también fueron emigrantes. Lo voy hacer con un extracto de todo lo que yo pude saber sobre tan penoso tema de aquellos tiempos, en que la única alternativa de los jóvenes –y no tan jóvenes- era irse por esos mundos desconocidos en busca de un modo de vida mejor que el que tenían. Ya se ha escrito mucho sobre la emigración en cada uno de los tres libros que he publicado: “Antes y ahora del concejo de El Franco” y los dos tomos de “Crónica de las corporaciones municipales de El Franco”, así como en varios libros de fiestas, se pueden ver diversos escritos y comentarios sobre la emigración; por lo que trataré de hacer un pequeño compendio de todos ellos.

      En primer lugar, hay que tener presente que la emigración, en cualquier parte de España, en este caso, en el occidente de Asturias, fue originada por la gran cantidad de familias numerosas que había entonces -ya antes del siglo IX-, el bajo nivel de vida en nuestro país y las grandes estrecheces de la economía doméstica, sobre todo rural, contrastado, por lo contrario, con la prosperidad de otros países de América: Cuba, Argentina, Uruguay, Venezuela, Méjico, etc. y, más tarde, ya a mediados del siglo XX, en nuestra propia Europa: Alemania, Suiza, Francia, Bélgica etc.. Como decía, muchas familias tenían 8, 10 ó más hijos, no habiendo otro remedio que darles una salida a alguna parte, especialmente a los varones o al propio matrimonio, puesto que en la casa sólo se debía quedar uno, casi siempre el mayor, los demás debían buscarse la vida por el mundo como pudieran. A algunos de ellos les fue bien, otros hicieron grandes fortunas, sobre todo los que emigraron a Cuba y a La Argentina, como lo demuestran la gran cantidad de escuelas que costearon, en especial en zonas rurales: colegios de 1ª y 2ª enseñanza y el teatro Helenias, en Boal; obras culturales y sociales, además de las numerosas casas llamadas de indianos, palacios, -por citar algunos- como el de D. Fernando Jardón en Ortiguera, donde formó un pequeño núcleo de casas: La Quinta Jardón, las escuelas, el parque y la reforma de la capilla del Cabo de San Agustín. En Mohías sufragaron la nueva parroquial y las escuelas en el barrio de El Rabeirón. Fundaron también en La Pampa la ciudad de Jardón y su hijo fue cónsul de Argentina en España, llevando a cabo una intensa labor filantrópica. Igualmente, la misma familia en Viavélez, de donde eran nativos e hijos de un marino, D. Eduardo Jardón construyó el palacio Quinta San Jorge; las escuelas, con emblemas de la República Argentina, así como otras obras benéficas y sociales, además de ocuparse de muchas familias de sus respectivos pueblos. En Valdepares existió la hermosa Torre de los Ochoa, hoy en ruinas a causa de un incendio, construcción de mecenazgo (protección o ayuda que se da a las artes y a las letras). Quizá el más antiguo de estos benefactores (siglo IXX) haya sido el sacerdote de la casa de Hipólito de Godella (Miudes), D. Fernando A. Díaz Ron, emigrante en Mégico, quien construyó la escuela mixta de Godella, casa y capilla –la primera escuela de toda la zona- y pagaba por su cuenta al maestro o maestra (entonces no lo pagaba el Estado). D. Domingo Méndez, natural de Miudes, fundador en la Habana de la fábrica de puros “Regalías el Cuño”, fue otro filántropo por el bienestar social de su pueblo. Otro ejemplo lo tenemos en Arancedo, en la persona de D. Enrique V. Iglesias, quien ha hecho donaciones importantes en el concejo de El Franco. Y así podríamos citar las escuelas, el Casino y Villa Rosita, en Castropol, así como obras benéficas y culturales; chalé Montañés, palacio de Arias, las casas Ochoa y Hatorey y villa Mayagüez en Navia, Puerto de Vega y Tox, respectivamente, así como el cementerio de Villapedre; el Hospital-asilo, villa Tarsila, Argentina, Excelsior, en Luarca, y tantos otros que podríamos mencionar y comprobar en la actualidad en casi todas las parroquias y pueblos del extremo occidental de Asturias, ya que, puestos a referirnos a toda la provincia, tendríamos que hablar del sanatorio Naranco de Oviedo, Galerías Preciados, El Corte Inglés, etc., lo que nos llevaría a unas 10.000 obras entre hospitales, asilos, iglesias, capillas, mejora de caminos, traída de aguas, lavaderos, cementerios, electrificaciones, etc. casi todo ello en zonas rurales pobres, de donde fueron oriundos estos emigrantes, y a costa de un gran tesón y sacrificio. Otros regresaron con pequeñas fortunas y montaron negocios, incluso caserías de labranza.

      Por todo ello, al invertirse la economía de esas naciones de ultramar con el más alto nivel de vida en España, tenemos una deuda con todos estos filántropos, tanto que, así como ellos se preocuparon por nuestras necesidades entonces, nosotros ahora debiéramos –de hecho se está haciendo- preocuparnos y ayudarles a sobrellevar las penalidades económicas que están sufriendo casi todos esos pueblos iberoamericanos. Sin embargo, estos favorecidos de la emigración fueron muy pocos, un 10 %, comparado con la gran cantidad que volvieron con lo puesto o en la miseria; otros que se quedaron por allá y muchos que nunca más se supo de ellos, ni tan siquiera escribieron una carta a sus familias. Otros no emigraron por su voluntad, sino que se vieron obligados por sus propios progenitores a marcharse por esos mundos desconocidos y “traidores”, donde pasaron las mayores penalidades, alejados de todo apoyo y sostén para poder sobrevivir. Los hubo que no marcharon, digo, con ilusión y su voluntad. Muchos fueron obligados porque tenían una novia que no era del agrado familiar; otros, porque en casa no había para todos, sólo para uno; los hubo que se querían casar, pero para ello había que buscarse un medio de vida que nadie les daba aquí y se fueron con el propósito de volver, de reclamar a la novia, casarse por un poder y, luego, con el tiempo, llevar a la esposa. Me decía un amigo, emigrado obligatoriamente, que su padre sólo supo tener hijos para después tirarlos por el mundo: había sido reclamado por un tío que resultó que estaba en la miseria y nada podía hacer por él. Otros se fueron, sin ninguna escolaridad, cuando tenían 12 ó 15 años, siendo recibidos por un país “frío”, mecanizado y próspero -pero no para ellos-, desconociendo las costumbres, aceptando trabajos que los nativos no querían y durmiendo en una buhardilla, aplanados por la soledad el ruido y el jolgorio que, ajenos a sus penas, subía de la calle. Eran países prósperos, pero no para los emigrantes. De todas formas, muchos aprendieron a saber lo que es el mundo. No hicieron fortuna, pero aprendieron muchas cosas y regresaron a su patria dispuestos a hacer en su tierra lo que por el mundo no consiguieron, saliendo adelante con la experiencia de la emigración. Para estos, no todo fue perdido. En fin, una serie de circunstancias, muy deficientes e inseguras que, en la mayoría de los casos, fue todo un verdadero desengaño y un drama. Casi todos estos emigrantes habían sido reclamados –como decíamos- por un familiar o amigo de la familia: un tío, el padrino, un familiar lejano –en muchos casos, arruinado- y también, marchando engañados con un deficiente contrato de trabajo, casi siempre para trabajar en el campo, tramitado todo por una agencia que se dedicaba a eso: a emigrar gente con unas promesas y contratos que no eran tales, sino para ser esclavo de un todopoderoso que actuaba en la sombra. Estos contratos, según se supo, no eran más que un mito creado por nuestros gobiernos de entonces, con el fin de ocultar intereses que el régimen tenía con esos grupos migratorios para que enviaran divisas a España, a cambio de mano de obra barata y la explotación a la que fueron sometidos, no siendo las condiciones laborales, salvo raras excepciones, de un trabajador autóctono. Claro que, como digo, algunos tuvieron suerte, pero la gran mayoría sufrió grandes penalidades en un país que no era el suyo, teniendo que conformarse con los “desperdicios”. Muchas veces se dio el caso de que era el propio tío, pariente o “amigo” que les había reclamado, el que los explotaba en su beneficio, haciéndolos sus propios esclavos, sin que jamás pudieran valerse por si mismos ni ser autóctonos, sino que dependían totalmente del que con tanta ilusión esperaban cuando llegasen a su destino emigratorio, comprobando con desilusión, que sería su propio “verdugo”. Era todo un engaño. Sólo los reclamaban para su beneficio. De esta situación era casi imposible dar marcha atrás. Había un gran charco en medio, que costaba mucho dinero atravesar para volver a su añorada patria. Algunos fueron repatriados como enfermos o pordioseros, dado que eran un problema para el país; otros volvieron muchos años después, encontrándose, algunos, con una familia “extraña” que no les recibió, pero los demás se quedaron allí en el silencioso y triste olvido.

      Testigos de toda esta tragedia emigratoria fueron, entre otros, principalmente el trasatlántico español, Magallanes; los portugueses, Santa María y Cabo San Vicente. El Magallanes fue uno de los buques que más veces realizó la travesía del Atlántico, buque que fue desguazado en el año 1957, para dar paso a otros más modernos y veloces.

      Por los años cincuenta-sesenta las cosas cambiaron: ya no se emigraba al continente americano, puesto que, si antes era complicado, ahora América no tenía nada que ofrecer, pero sí Europa, aunque, también con sus tragedias y penalidades. La única ventaja que tenían estos emigrantes era que podían coger un perezoso tren y volver a su patria, si allí no veían modo de vida, cosa que hicieron muchos; otros volvieron con una pequeña fortuna y otros se quedaron. Se calcula que cerca de 2 millones de nuestros ciudadanos emigraron de España durante esos años, casi todos de origen rural. Todavía en 1973 llegó haber en la República Federal Alemana, unos 286.000 españoles. A partir de ese año, a causa de la crisis del petróleo, Alemania no contrató más trabajadores, decidiendo el regreso a España. A pesar de ello, a finales de 1999, aún había en Alemania 129.893 españoles. Estos también, se decía, cruzaron los Pirineos con un “contrato” de trabajo en el bolsillo. Pero la verdad, como en el caso de los emigrantes a América, era sólo a medias. Era otro mito que nuestro régimen tenía con la emigración para que enviaran divisas a cambio de agotador trabajo mal pagado. Si alguna ventaja tenían era que allí trabajaban, cosa que en España era muy difícil, aunque gran número de ellos retornaron, prefiriendo trabajar en lo que pudieran en su patria y no quedarse en un país, que ni tan siquiera conocían su idioma.

      Había mucho que escribir y contar sobre la emigración. Como queda dicho, hubo quienes hicieron grandes fortunas, que les permitió vivir a lo grande, con lujosos coches -como el famoso Haiga- , pero también dejaron su huella en su tierra, con las grandes obras culturales y sociales de las que antes hablamos. Otros volvieron y salieron adelante en la patria que les vio nacer, convencidos de que en ningún país lo dan por las buenas y mucho menos cuando se es un extraño. Vale más buscar un modus vivendi en la patria donde se nace, que aventurarse por esos mundos, donde nadie hace caso de ti, y si te dan algo es a cambio de un gran sacrificio y hasta desprecio, ya que te tienen como un intruso. Pero lo más dramático fueron ese gran número de emigrantes que nunca más se supo de ellos, que nunca pudieron o no quisieron escribir una carta a sus progenitores, puesto que, en algunos casos, ni lo merecían, y allí se quedaron, con todos sus sufrimientos y penalidades. A unos pocos, les fue comunicada su muerte a los familiares, por alguien que los conocía o vivía cerca de ellos, ocasionando problemas, a sus familias de España, a la hora de proceder a sus derechos hereditarios.

      Había muchas historias que contar sobre esta pobre gente engañada con promesas que jamás se cumplirían; o era gente que no debieran haber emigrado nunca, ya que para eso se precisan conocimientos del mundo y saber hacer algo, puesto que la primera pregunta que le hacen a un emigrante es: ¿Qué sabe Vd. hacer? Los hubo que ni tan siquiera sabían leer ni escribir, marchándose con lo puesto, como si lo demás se lo dieran nada más llegar. El mundo no da nada más que engaño y traición. Hay que ser muy diligente, dinámico y poseer una mediana cultura; cualidades que, si se tienen, no hace falta desplazarse al otro hemisferio para salir adelante en la vida.

(La primera foto es el Centro Asturiano en La Habana, hoy bajo control del Gobierno, y, la otra, el trasatlántico Magallanes, fondeado en La Coruña, y que tantos emigrantes transportó a Hispanoamérica. Los que emigraron a Europa lo tenían más fácil para ir y volver en un perezoso tren)

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