sábado, 26 de mayo de 2012

LAS FIESTAS DE SAN MIGUEL DE ANTES, EN LA CARIDAD

                      
LAS FIESTAS DE SAN MIGUEL DE ANTES, EN LA CARIDAD

Por Vicente Pérez Suárez

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   A petición de la Asociación Arcángel San Miguel, quisiera intentar, con esta intervención sobre las fiestas de san Miguel de antes, o de antaño, de allá por los años 40, 50 e, incluso, 60, hacer revivir aquellos inolvidables y añorados festejos -para los que los conocimos, claro-, pero también para conocimiento de los que son más jóvenes, con el fin de que tengan una idea comparativa con las de ahora; aunque, todo hay que decirlo, son tiempos muy distintos. Vamos a intentar, pues, revivir aquellas trascendentales fiestas en la villa de La Caridad.

    Las fiestas de San Miguel no eran exclusivas de La Caridad, sino de todo el municipio, e, incluso, de concejos limítrofes y pueblos lejanos, y para todo tipo de público: viejos, jóvenes y niños de todas las edades. S. Miguel venía a ser algo así como el Patrono del municipio, el Patrón del concejo, por lo que eran unas fiestas muy esperadas, cuando al final del verano se iban acabando casi todas y entraba el ventisquero septiembre, para llegar hasta el final de dicho mes, con los días ya bajando y noches frías, a pesar de lo cual se celebraban, en la antigua plaza del mercado, las famosas verbenas a la Veneciana, con el fin de obtener dinero y poder sufragar los festejos que se aproximaban, dirigidos por una Comisión muy entusiasta, para que cada año salieran lo mejor posible. (Se cree que este nombre de verbenas a la “Veneciana” se debía a las grandes verbenas que se celebraban –y se seguirán celebrando- en Venecia cuando los festivales; verbenas iluminadas con lujosas farolas de luces de colores y colgaduras de papeles, también de vistosos coloridos).
      El programa festivo era muy amplio, ya que duraban cuatro o cinco días: 28 de septiembre, víspera de las fiestas, con gran repique de campanas y lanzamiento de atronadores cohetes; 29, día grande de San Miguel; 30, San Miguelín y 1º de octubre, que era fiesta nacional (día del Caudillo), remate final con la jira campestre. Para darnos una idea de estos festejos, vamos a servirnos de un pequeño folleto, o libro de fiestas del año 1953, en el que sólo había un saludo de la Comisión, una poesía-soneto de un colaborador, el programa de las fiestas y un montón de anuncios de El Franco, Navia, Tapia y Cartavio. El folleto se vendía al público por 3 ptas., que ya estaba bien para aquella época. El programa literal era el siguiente: Domingo, día 27, Día de América: a las 9 de la mañana, con el disparo de potentes bombas, se anunciará al vecindario el comienzo de los festejos. A las 11, misa solemne. A las 12, Recepción oficial en el Excmo. Ayuntamiento, haciéndose entrega de un artístico pergamino al representante en ésta de los “Naturales de El Franco en Cuba” (El representante era D. Ramón Díaz Anes, expresidente de la Unión de Naturales de El Franco en Cuba, el cual se hallaba pasando unos días en La Caridad. De esto existe abundante información en la Crónica que yo he publicado). Seguimos con el programa: a las 2, comida en honor de los emigrantes del concejo en América. A las 6 de la tarde, gran baile de sociedad (este baile debía ser al final del banquete, entre los participantes y numerosos emigrantes, sobre todo de Cuba). A las 11 de la noche, fantástica verbena, en la que se lucirá maravillosa iluminación.

       Lunes 28: A las 5 de la tarde, una renombrada orquesta, acompañada de gigantes y cabezudos, recorrerá las calles de la villa. A las 6, saludo a los romeros que venían de Villaoril, con animada romería asturiana. A las 10, monumental verbena. (Esta romería tenía por objeto, como se dice, animar a los romeros –casi todos gallegos- que venían de Villaoril, una fiesta prácticamente religiosa, para que se quedaran en La Caridad, cosa que conseguían, ya que eran muchos los que se quedaban).

       Martes 29: A las 7 de la mañana, diana floreada, anunciando al vecindario el Día Grande. A las 11, Misa de Campaña en el frondoso e incomparable parque de la villa, cantada a cuatro voces por el Coro de la Capilla Santa Cecilia de Oviedo; a continuación la procesión, alrededor del parque, en honor de San Miguel. (Esta procesión, alrededor del parque, se hacía siempre, con mucho respeto y asistencia de público. La misa de campaña fue sólo aquel año). A la una, Concierto en el parque a cargo de las orquestas. A las 5, la tradicional y concurridísima Romería de San Miguel. A las 11, tercera verbena, luciendo la artística iluminación de las anteriores.

      Miércoles 30: San Miguelín, a las 11, la gran Orquesta Variedades, amenizará el concierto. A las 3, el desfile de gigantes y cabezudos, anunciará a los niños su Día Grande. A las 5, carrera de bicicletas infantil, carrera de burros, sacos, patines y otros obstáculos (para los vencedores habrá valiosos premios). A las 6, Monumental Romería. A las 11, cuarta verbena amenizada por la orquesta Variedades.

      Jueves, 1 de octubre: a las 3, gran jira campestre en el prado de “La Carbayeira”. (Al atardecer se regresaba de la Carbayeira a la villa). A las 11, como final de las fiestas, fantástica verbena a la Veneciana, en la que la comisión derrochará hasta la última peseta, en una atronadora y larga traca de fuegos artificiales.

       Este era el programa literal del año 1953, parecido al de otros años con ligeras variaciones. Con todo hay que decir que había muy variadas orquestas, muchas gallegas: Queimada, Los Almirantes, Clave de Lugo, Sícora-Boys, de Grado; Los Veracruz, de Puerto de Vega; River, de Trubia; Fantasio, de Navia, y, como no, las orquestas del concejo: Osnola de Miudes, Ritmo, Amapola y River Club, de La Caridad. Además, grupos de gaitas, como Brisas del Navia, de Medal; Vilanovas, de Serantes; Os Quirolos, de Castropol, y otros, recorrían la villa, alegrando con sus pasacalles al numeroso público, creando un espléndido ambiente festivo. Algunos años, una banda de unos 25 ó 30 maestros (creo que era la Banda Municipal de Luarca) daba conciertos en el parque, después de la misa.

      Ahora que ya tenemos el programa, vayamos a las fiestas y contemplemos el amplio y variado escenario de la villa, en la que, las ventanas y balcones de los edificios, aparecen con colgaduras de la Bandera Nacional y otros adornos, y en donde van a tener lugar 5 días de festejos; 5 días prácticamente enteros, por lo que podemos ver en la programación.
      Como queda dicho, San Miguel no era una fiesta sólo de La Caridad ni del concejo: la camioneta de Alfonso Sánchez, así como los taxistas Candelero, con su coche EXEX y Catarrito, con su FORD 4, después de repostar en el surtidor de gasolina que había ahí en la esquina del parque, frente al cine, hacían viajes a La Braña, Navía, Tapia y otros lugares apartados –ranganeando por las empolvadas y empedradas pistas- para traer a la Caridad a los romeros de la montaña y demás lugares, pues, el que no iba a San Miguel no iba a ninguna parte. Todo el contorno llevaba esperando este día y no se podía faltar. Hasta D. Aquilino –el párroco- acompañado de sus amigos de tertulia, daba una vuelta por el campo, con su larga sotana y el bonete en la cabeza. Otros venían, ya muy temprano, caminando, en bicicleta o caballería, con el mejor traje y corbata. Las mujeres vestían sus mejores atuendos y las jóvenes estrenaban lucidos vestidos. Familias enteras con los abuelos y los niños –entonces había muchos- se encaminaban ilusionados a San Miguel. No había accidentes ni tantos muertos por la carretera, pero sí, desgraciadamente, muchos mancos e inválidos que aprovechaban para implorar la caridad de la concurrencia. El problema de aparcamiento era para las bicicletas y las caballerías, muchas de ellas se guardaban en la cuadra del Choyo o por las inmediaciones de la villa.
       San Miguel, además de ser una fiesta, era una romería, una feria, un mercado; incluso una especie de circo, con una serie de juegos y comedias con toda clase de diversiones y artilugios. Los comercios estaban abiertos durante todos los días con los escaparates espléndidamente iluminados; en el llamado Campo de las Almenas, junto a la iglesia (irónicamente llamada plaza de los cerdos), entre voces, juramentos, apretones de manos, maldiciones y gruñidos, se mercaban los cerdos de cría para la matanza del año. Después del trato, el cocheiro y el paisano tomaban la robla en la casa de Pepe de Xinzo, entonces comercio-bar y allí muy cercano. Un poco más allá, el dulceiro de Tapia vendía pasteles, roscones y chocolate artesano de onzas cuadradas; en otros puestos se vendían cribos, peneiras, faroles, cuchillos, navayas, moldes para empanadas, cazolas, galochas, sombreiros y un sinfín de artilugios; ya dentro del parque, en numerosos tenderetes, también se vendía fruta de la época, en la que no podían faltar las uvas, rosarios de castañas cocidas, nueces, empanadas y rapón de méiz, así como toda clase de golosinas; otros vendían bastóis, chiflos, silbatos, armónicas y muñecas de trapo. No había niño ni niña que no fuera tocando el silbato por la fiesta, chupando un caramelo llargo u otras golosinas; también se vendían, petardos, pequeños cohetes, haciendo todo ello un conjunto festero por todo el campo. Se veían diversos puestos, ofreciendo mercancías de lo más variopinto que uno se puede imaginar. No faltaban los charlatanes que ya empezaban a vender bolígrafos, que casi ninguno funcionaba, y una serie de objetos llamativos y vistosos: carteras de piel-cartón, peines, sortijas, gafas de cartón con “cristales” de papel de colores, etc., un montón de llamativas mercancías, que llamaban la atención de grandes y pequeños. Algunos años hubo exposiciones muy interesantes, de antigüedades y trabajos manuales.
       Pero San Miguel era también un conjunto de fiestas dentro de la propia fiesta: junto al bar La Boalesa –allá cerca de la casa de Jenaro- un gaiteiro tocaba la gaita sin parar, mientras otros cantaban y bailaban, y en el abarrotado bar se bebía y se comía de todo; en otro lugar, un espontáneo acordeonista, tocaba el acordeón y cantaba las coplas de un terrible asesinato pasional, ocurrido sabe Dios donde, mientras vendía las coplas a peseta; coplas que la gente compraba impresionada por la tremenda salvajada. Junto a la cafetería el Choyo, otro acordeonista ciego, -o lo parecía- también tocaba lo que sabía, con la gorra en el suelo para que la concurrencia le dejara unas monedas. Además había también chigres campestres, donde se tomaba toda clase de bebidas y café hecho en el propio campo y colado con manga; chigres que se alumbraban por las noches con un candil de carburo, pues los pequeños bares y cafeterías no eran suficientes para todo el público. En una esquina del parque, un improvisado fotógrafo, vestido de negro y un caldeiro de cinz colgado del trípode de su cámara de fuelle, sacaba fotos a la minuta al cándido paciente que posaba, y que, a veces, el cándido se marchaba al tardar mucho en salir el pajarito; las fotos las mojaba en un líquido misterioso que tia nel caldeiro, seguramente para darles nitidez. Luego aparecieron fotógrafos que hacían fotos poniendo al niño, -todo ilusionado- o la persona mayor, sobre una gigantesca moto; fotos por las que en principio no cobraba nada y las depositaba en la Casa Sánchez para que los interesados fueran a verlas, días después, y las llevaran si les gustaban, pagando su importe, claro. También había las lanchas de balanceo y otras que daban la vuelta completa a una gran altura, desde donde se podía contemplar muy bien todo el panorama festivo. La tómbola La Revoltosa, muy surtida de muñecas, mantas, baterías de cocina, juguetes y un montón de regalos muy llamativos al público, sorteaba premios sin parar con una especie de ruleta numerada, a la voz de “hala que siempre toca, si no es una bota es una alpargata rota”, teniendo en frente un montón de público comprando papeletas y haciendo un jolgorio tremendo cuando tocaba un regalo muy llamativo, lo que ocurría muy pocas veces. Todo ello voceado con micrófonos un tanto roncos.
        Las orquestas tocaban sin tregua desde las 5 de la tarde, enlazando con la verbena hasta altas horas de la noche. Una tocaba arriba en el parque unas dos horas y luego empezaba la otra abajo otras dos horas. Las partituras musicales de aquellos tiempos de oro de nuestra música, eran muy variadas y románticas: “El pájaro Pinto”, “La niña de Puerto Rico”, “Agua calentita”, “La cama de piedra”, Allá en el Rancho grande”, “La feria de las flores”, “Jalisco” “ Qué lindo es un fandango”, “Me lo dijo Pérez”, “Islas Canarias”, “Doce cascabeles”, “Tres veces guapa”, “Niña Isabel”, “María Bonita”, “La Raspa”, “La Dolores”, Eva María”, “El Telegrama” “Corazón contento, etc., etc. Como colofón, la orquesta Variedades ofrecía la canción del borracho, creación propia, apareciendo, espontáneo y tambaleando, uno de los músicos, haciendo de borracho y vestido estrafalariamente de negro, con el sombrero echado hacia atrás, amplio bigote, la botella de vino en la mano y cantando, entre otras cosas, el estribillo: “…Tabernero que hipnotizas, con tus brebajes de fuego, sigue llenando mi copa, buen amigo tabernero. Aunque me veas borracho no me eches a la calle…” Era esta la actuación más esperada, pues la ponían siempre al final para retener al numeroso público en expectativa. Al mismo tiempo hay que decir que todo el mundo bailaba, en un tropel de gente incapaz de guardar ningún compás. Era una masa humana que se movía más o menos al son de aquella melodiosa música. Por otra parte, las orquestas hacían menos estruendo del que hacen hoy, pudiendo oírse mucho más nítida.
      Mientras se desarrollaba este festejón por toda la villa, el Cine Europa estaba lleno hasta el gallinero, donde se proyectaban tres o cuatro sesiones de la película del día: “El último cuplé” “El señor fotógrafo y Sastre a la medida”, de Cantinflas”; “La Túnica Sagrada”, “Marcelino pan y vino” etc., cuyas carteleras anunciadoras permanecían apoyadas al propio edificio del cine. Y el salón de baile -de Alfonso- “El Requisito” era otra multitudinaria fiesta, sobre todo si el tiempo estaba dudoso o lloviendo; y hablando de llover, la gente iba igual a la Caridad, con paraguas o lo que fuera. Para ir a San Miguel no podía haber ninguna excusa: San Miguel sólo se celebraba una vez al año y había que aprovechar. Era aquella época tan distinta de la de hoy, que se encontraba tiempo para todo, y sino había que hacerlo. Era aquella época, digo, en que todo era más lento, sin prisas; puede que no fuera tan rentable, pero la gente parecía más feliz; disfrutaba de las fiestas de una manera activa y no maquinal, rutinaria o despectiva como parece notarse en la actualidad: casi se va a las fiestas obligadamente, parecen tener muy poco sentido y eso que cuestan un montón de dinero.
      Por los años sesenta se celebraba la feria del motor, donde se vendían toda clase de vehículos nuevos y usados, y otras variadas mercancías; feria que llegó tener mucho éxito y que duraba los cuatro días de fiestas. Se celebró también concurso de ordeño a mano y de ganado selecto; cortes de troncos con a brosa, etc.. Los ganadores de estos concursos eran obsequiados con trofeos y dinero en metálico.
     El día grande de San Miguel mucha juventud iba ya muy temprano para la fiesta y, luego, más tarde, venían algunas madres con las empanadas en las espuertas para cenar todos juntos en la Plaza de España, o donde fuera, para luego vigilar a las hijas en la verbena. Por aquellos tiempos no era bien visto que las chicas estuvieran solas por la noche; pero, dado el embrollo y tropel que había, no estaban nada fáciles de controlar; aunque parece ser que tenían que presentarse cada cierto tiempo ante la “autoridad” maternal. El remate final de las fiestas era el día 1º de octubre con la jira campestre en Permenande, donde se instalaban chigres y tenderetes ya desde por la mañana hasta el anochecer; se bailaba y saltaba, en corros y emparejados, al son de las gaitas, y familias enteras se juntaban para comer empanada y otros manjares, regados con abundante vino; y la juventud luciendo pañoletas y ropajes de vistosos colores. Luego, al atardecer, toda la jira regresaba a la villa, siguiendo a las melodiosas gaitas, para continuar con la verbena en el parque, amenizada por una orquesta hasta las 12 de la noche. Esta jira se celebró también en Salgueiras y, últimamente, en la Carbayeira, pero se dejó de hacer, debido a que el tiempo creaba problemas y no era muy apropiado, quedándose todo en otra fiesta en el parque, como es en la actualidad, rematada con una gran traca de fuegos artificiales.

      Así eran, más o menos, los festejos de San Miguel por los años 40, 50 e, incluso, 60. Luego fueron decayendo: cambiaron las costumbres, la gente estaba más ocupada en sus faenas, no era posible estar todo el día de rumba; tanto que se vino a quedar como otra fiesta más del concejo, que no es tal fiesta, sino una verbena. Las fiestas ya no existen, son verbenas, exceptuando la de Porcía que es la única que continúa siendo una multitudinaria romería que dura prácticamente las 24 horas del día 8 de septiembre.

      Pienso que con este resumen se pueden comprender las famosas fiestas de San Miguel de antaño y se puede entender que hoy no es posible hacer nada parecido, ya que cada época tiene su razón de ser, como la puede tener la que nos toca vivir actualmente. De todas maneras, no dejemos de asistir a San Miguel por aquello de la tradición, la gran Semana Cultural, tres días de festejos y la solemne misa en honor del santo Patrono. ¡Muchas gracias.!

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