viernes, 1 de junio de 2012

LA CHICA QUE SE ENAMORÓ DE SU AMIGO



                                          LA CHICA QUE SE ENAMORÓ DE SU AMIGO
                                                               Por Vicente Pérez Suárez

      Este año vamos a intentar contar un pequeño relato de origen real y costumbrismo de hace 50 años que, a su vez, me contó el propio protagonista, Rafael; historia sentimental que vivió hace ya mucho tiempo y que recuerda con todo detalle, todavía un tanto apenado por las circunstancias que originaron aquel idilio. Rafael era un joven de unos 20 años, muy amigo de otro chaval de más o menos su edad. Siempre andaban juntos e iban a todas las fiestas del entorno, relacionándose con diversas chicas, pero sólo en plan de amistad. Si embargo, Paco, el amigo de Rafael, un poco más aventurero, decidió tener como novia a una jovencita morena de ojos negros, pelo rizado, simpática y muy cameladora. Por su parte, Rafael no tenía las mismas intenciones, no queriendo comprometerse con ninguna de las tres o cuatro amigas que tenía: una vez acompañaba a una, otra vez a otra; bailaba con todas ellas y todas le gustaban, pero no se decidía por ninguna. Era un muchacho muy distraído y despreocupado. Daba la impresión de que lo pasaba muy bien con todas. Pero, vamos a describir el relato en primera persona, dejando que nos lo cuente el propio Rafael, quien me lo hizo con cierta emoción, más o menos así:

       “La clave de toda esta historia que voy a contar, estuvo en la gran amistad que contraje con la novia de mi amigo Paco, ya que María Susana (así se llamaba) era muy extravertida y cascabelera; tan amable y simpática, que, pasado algún tiempo, yo formaba parte como amigo incondicional de aquella pareja, que parecían muy enamorados. En cuanto yo, continuaba siendo amigo de todas, pero nada más, lo que originó que esta amistad con Paco y Susana fuera más profunda. Simplemente era amigo de los dos, pero la amistad de ella, con toda sinceridad, que a mi me intrigaba, aunque fui observando que era su manera de ser, hasta el punto de desear que yo tuviera como novia a una de sus amigas. Además era una chica muy culta, ya que tenía algunos estudios y continuaba formándose. También le gustaban mucho los niños y la música.

      Fue pasando el tiempo, y a mí se me aproximaba marcharme a la mili, siendo esto lo que me hizo entrar un poco en razón, pues había oído decir que la novia hacía la mili mucho más llevadera, sobre todo cuando se recibían sus cartas. Pensando así, me hice con una chica, que nada tenía que ver con aquellas amigas de Susana. Llegó el día de incorporarme al servicio militar, me despedí de mi “improvisada” novia, haciéndonos promesa mutua de escribirnos y aguardar el uno al otro hasta que me licenciara dentro de unos 14 ó 15 meses que duraba aquella “penitencia”. Me incorporé, pues, y lo primero que hice fue escribir una carta a mis padres y otra, claro, a la chica que dejaba, y que ahora añoraba enormemente, dada nuestra separación. Así las cosas, pasaron varios meses, funcionando todo con normalidad; pero, de improviso, esta correspondencia se interrumpió: mi novia no me escribía. Yo me puse un poco triste y empecé a pensar que se echaría otro novio, pareciéndole muy largo el tiempo de mili, cosa que pude comprobar, ya que me lo dijo mi amigo, aunque con bastante retraso, por no incomodarme. Todo aquello lo fui asumiendo, escribiéndole repetidas cartas a las que no me contestó, a pesar de que incitaban a hacerlo, lo que me demostraba que no quería saber nada de mí. Pasé el resto de la mili como pude, y me fui acostumbrando, acompañándome de una guapa muchacha-niñera, con la que coincidí por allí por el parque de la ciudad, cuidando un encanto de dos niños gemelos, aunque, claro, aquello era un pasatiempo que no me disgustaba, pero no era lo mío; no obstante, lo fui asumiendo como distracción y pasatiempo.
      Y llegó el día de la licencia. Un tanto desorientado, llegué a mi pueblo: no tenía la novia, casi no conocería a mis amigas; aunque me consolaba estar licenciado. Las amigas y una novia, ya aparecerían. El tiempo lo arregla todo. Al domingo siguiente de llegar había una fiesta en el pueblo de mis antiguas amistades, donde, además de a las amigas, vería a Paco y a Susana, teniendo así con quien hablar y distraerme un poco. En mi bicicleta me fui a la fiesta. Medio despistado, di unas vueltas por el campo, y de pronto intuí que alguien se fijaba en mí desde alguna parte. Volví la vista, y observé que una chica me miraba atentamente. Me fijé más, pudiendo conocer a Mª Susana, quien estaba con sus compañeras. Me extrañó que no estuviera Paco, pero no le di más importancia. Aquella mirada sonriente me parecía insinuar que me acercara. Sin pensarlo más, fui hasta ellas, quienes me saludaron efusivamente. Susana se acercó sonriendo, amable y guapa como siempre, y, sin pensarlo, me dio un espontáneo y disimulado beso en la mejilla –pese a que esto no era lo habitual en aquellos tiempos- a la vez que me decía, con una sonrisa y la penetrante mirada de sus ojos negros:
       -¡Hola, Rafael! ¿Qué tal estás? ¿Cómo te va? ¿Ya estás licenciado?-. Yo, de momento, me sentí un poco aturdido ante aquel grupo de guapas chavalas que hacía tiempo no veía, respondiendo, un tanto sonrojado:
       -Hola chicas ¿Qué tal vosotras? Por lo que veo, nada mal. Yo bien y licenciado, claro, espero que para siempre.
       -¿Cuándo viniste? -volvió a preguntarme Susana.
       -La semana pasada. Es la primera fiesta que me toca-. Luego, extrañado, me atreví a preguntarle: -¿Dónde está Paco, que estás aquí con estas amigas? –. Se sonrojó y sus preciosos ojos brillaron con cierta tristeza, y, sin dejar de mirarme, muy insinuante, me dijo:
        -No sé. Luego vendrá. Andará por ahí –. Tuvimos charlando un rato todo el grupo. Unos chavales se acercaron y sacaron a bailar a las otras chicas. Nosotros nos quedamos solos. María Susana, con aquella espontaneidad que le era habitual, me invitó a bailar. Yo, sin sorprenderme mucho, ya que conocía muy bien su manera de ser, obviamente, acepté la invitación.
       Estando bailando me contó todo: Paco y ella habían roto sus relaciones hacía tiempo, casi sin saber las causas, y, ahora se encontraba sola y un poco desorientada. Habían sido más de dos años de relaciones y eso se tarda en olvidar; aunque lo tenía asumido, me dijo con firmeza. Seguimos bailando largamente, ya que no paraba de hablarme. Yo le insinué que a lo mejor el seguir toda la tarde con ella, podría evitarle la conquista de algún chico, pero ella insistió que no le daba más y que prefería pasarlo conmigo. No tenía ninguna prisa por echarse de novio. Seguimos, pues, pasándolo los dos muy bien, puesto que era mucho el tiempo que hacía que no nos veíamos.
       Aquel día pasó así. Me despedí de ella estrechando su mano, y me invitó a otra fiesta que habría dentro de unos 15 días, prometiéndole volver. No obstante, cuando ya íbamos cierto tiempo con este proceder, yo observé en Susana que algo más que amistad sentía hacia mí: su manera de mirarme, de sonreír; oprimirme las manos bailando y aquella insistencia en permanecer conmigo, ya me inquietaba para una simple amistad. Yo le aclaré que era mejor no seguir procediendo así, y que cada uno fuera a su aire, aunque continuando como amigos. Fue entonces cuando me sorprendió diciéndome que yo le gustaba, me sentía cariño y que deseaba que fuéramos novios. Me dejó perplejo y, así de pronto, no supe qué contestar. Nos quedamos en silencio; silencio que ella interrumpió, cambiando de tema. Sin embargo, yo quería aclarar lo que me había propuesto, cosa que hice acompañándola hasta su casa, al finalizar la fiesta, al atardecer:
       -Mira, Susana: Yo no puedo ser tu novio, porque tú eres mi especial amiga, un cariño muy distinto. Yo nunca te podré querer como novia. Somos muy amigos y eso es todo. Eres encantadora, pero de esto no podemos pasar, puesto que tengo miedo hacerte daño, queriéndote de una forma que no es la adecuada. Además, Paco puede volver. Si quieres, yo hablo con él.
       -No, por Dios –me dijo decidida.- No quiero saber más nada. Ya me acostumbré.
       Los dos nos quedamos callados. Luego ella me miró casi suplicante, pero yo le indiqué con afabilidad, que no insistiese, ya que lo que me proponía, de momento no era posible. ¡Quién sabe con el tiempo…!. Ante su silencio y aquella declaración improvisada y muy debatida, acabé por decirle que deseaba pensarlo más y que lo mejor, en principio, era no vernos y esperar a ver lo que pasaba. Eso no le gustó mucho y no lo aceptó. No estaba dispuesta a no verme. Admitía lo de no ser novios, pero no a no vernos. Así quedó todo aquel triste atardecer. Me despedí de ella, siendo yo quien me hiciera con sus suaves y cálidas manos y la besaba en sus tersas mejillas, prometiéndole volver a verla. Luego cogí mi bicicleta y, sin dejar de mirarla, me marché apenado, pero sin ninguna resolución. Durante unos días lo estuve pensando, decidiendo no volver en tanto no nos aclarásemos.

       Pasado algún tiempo,- poco- recibí una carta suya, en la que, con apasionados argumentos, me pedía que volviera. Yo se la contesté, con razones de mi gran amistad hacia ella y que no la olvidaría nunca en este sentido, pero nada más; aunque le prometí vernos cuantas veces quisiera. Nos vimos alguna vez por casualidad y hubo alguna otra carta, que siempre contesté, pero todo se fue esfumando cuando se enteró de que yo volvía a tener novia, lo que, posiblemente, le hizo entender que debía renunciar a aquel “santo” amor que sentía por mí.

        La vida fue pasando y me enteré de que había tenido varias propuestas de noviazgo, pero no aceptó ninguna. Por lo visto estaba desengañada de amoríos. Tiempo después, dados sus estudios, se colocó en un orfanato religioso, donde, además de atender a niños huérfanos, adquirió grandes dotes para la enseñanza y aprendizaje de música. Allí empleó todo el amor, María Susana. Todo aquel amor, al que yo no pude corresponder, porque era una santa amiga. Supe que allí era muy feliz con aquellos niños y sus aficiones culturales y que parecía un ángel rodeada de pequeños ángeles: sus niños y niñas. A mi me quedó la impresión de que, quizá, fuera un poco cruel con ella. Me costó rehacerme, pero estaba convencido de que no podía ser de otra manera. No podía engañarla, y seguimos siendo muy amigos.”

       (Lo que no dice Rafael es que, aquella novia que ahora tenía, era la misma que tuvo cuando se fue a la mili. Se habían reconciliado, pudiendo ser el motivo de que Susana se resignara. El plan de Rafael era otro, a parte de que no le era posible aceptarla más que como amiga. Pero esto no me lo contó).

No hay comentarios:

Publicar un comentario