viernes, 1 de junio de 2012

LAS SEÑORITAS DE MIUDEIRA Y EL ENTORNO DE SU CASA EN EL CAMPO DE LAS BARREIRAS


LAS SEÑORITAS DE MIUDEIRA
Y EL ENTORNO DE SU CASA
EN EL CAMPO DE LAS BARREIRAS
Por Vicente Pérez Suárez
      No, no sean maliciosos, no vamos hablar de las señoritas de Miudeira de hoy, ni tan siquiera de hace 50 años, sino de otras señoritas más antiguas y de cierta ilustre ascendencia.

      Este escrito ha sido informado por el querido vecino de Miudeira, D.José Piedralba Méndez, hombre de impresionante memoria y que disfruta contando estas historias reales, ocurridas hace muchísimos años, las que transcribimos al papel para su constancia y amenidad de este libro, y que nuestro amigo Pepe pueda leerlas en letras de molde para su disfrute y distraimiento.

      En Miudeira existió una hermosa zona, o especie de "Área recreativa" -le llamaríamos hoy- al oeste del pueblo, llamada Campo de Las Barreiras, un pequeño terreno barrizal, de ahí su nombre, situado entre caminos, uno de los cuales era la llamada carretera de Carvajal, construida por D. Bernardo Carvajal y Trelles, allá por los años 1870, para transitar con su coche de caballos hasta el camino Real que pasaba por Castello, paralelo a la que sería después la hoy carretera general. Con respeto a este campo tengo a la vista un acta municipal del 1º de agosto de 1909, que dice literalmente lo siguiente: "Se da lectura por el alcalde al expediente instruido con motivo de la denuncia firmada por varios vecinos de Miudeira, contra D. José Pérez Cruz, de la misma vecindad, por aprovechamiento y obras realizadas por éste en el campo de las Barreiras, del expresado pueblo. La Corporación, teniendo en cuenta que el campo de las Barreiras debe reputarse de carácter público y sobrante de caminos, por estar comprendido entre éstos y que, aun siendo de propiedad particular, lo que ni se intentó probar, existe establecida una servidumbre por el hecho de celebrarse en él, desde tiempo inmemorial, las reuniones para diversión del vecindario, en los días festivos. A tal efecto, con 4 votos a favor y 2 en contra, se acordó notificar al denunciado, D. José Pérez Cruz para que, en el término de 8 días, deje el campo libre como estaba con la pista de juego de bolos, y que, de no hacerlo, se hará con operarios a costa del denunciado". (Esto demuestra la importancia de este lugar, ya en aquellos lejanos tiempos). Aquella zona, con aquel pequeño campo y su bolera, los domingos era lugar de reuniones de los vecinos del pueblo, donde se jugaba a los bolos, a la lotería de cartones, debajo de unos castaños; se tertuliaba; se hacían bailes, algunos amenizados por Pepe d'as Barreiras, con su singular ritmo acordeonista "Tírole, tírole, tírole ta; tírole, tírole pora ventá", y un tal Gervasio que tocaba la flauta. Los niños disfrutaban, en alegre jolgorio que se oía `por todo el pueblo, de sus inocentes juegos: a llebre escondida, as pagas, juegos guerreros por entre los árboles del vecino bosque de pinos, abedules, alisos y toda clase de naturaleza, con el río al fondo del valle, donde los pequeños se entretenían represando las aguas; haciendo molinillos de juncos que giraban con la corriente del agua; persiguiendo lagartijas que acorralaban entre las pequeñas lagunas, y otras diferentes formas de pasar la tarde dominguera, pues antes había muchos niños y niñas. También jugaban con unos carros de cuatro ruedas, en los que iban sentados conduciéndolos a toda velocidad por la cuesta abajo hasta el río, luego, claro, había que subirlos para volver a bajar. Más tarde estos mismos niños, ya mayores, jugarían a los bolos, al fútbol, a la lotería y la partida en la acogedora casa de Concepción, una mujer muy vecina del campo y amiga de los niños y de todos los vecinos que rondaban por aquel bello paraje. Hoy existe en este mismo campo un pequeño polideportivo para los más pequeños y jóvenes, pero está un poco abandonado, debido a que hasta los niños escasean, quedando aquel lugar un tanto solitario, lleno de añoranzas y en espera de que los niños vuelvan.

      Pues bien, retornando a la historia que nos proponemos relatar, un poco más arriba existía, todavía están allí las ruinas, una vieja casa, o casona de 4 aguas, llamada a Casa d'as Señoritas, que tenía un gran hórreo de madera donde guardaban el maíz, y debajo, las herramientas de trabajo. Esta casa poseía, además, un extenso caserío en torno a la edificación, que cuando yo lo conocí lo llevaban en arriendo, junto con la vieja casona que les servía de cuadra, la familia de la mencionada Concepción. Pero nosotros no vamos hablar de esta familia, cuyos descendientes viven hoy, sino d'a Casa d'as Señoritas y su singular historia.

      Era esta casona, en la antigüedad, una de las mejores y más ricas casas del pueblo; una casa con salón, lujosamente amueblado, rodeado de sillones y sofás; aparadores, donde se guardaban ricas y hermosas bandejas, copas, vajillas, lujosas porcelanas, etc. En el techo pendían, decorativamente, brillantes lámparas de cristal, y las paredes estaban empapeladas con imágenes y dibujos de guerreros y políticos, colgando de ellas valiosas pinturas y cuadros de personajes históricos. En torno a este gran salón, estaban las numerosas habitaciones bien equipadas y confortables y también la cocina, que era, como casi todas en aquellos tiempos, una cocina de leña a nivel del suelo, pero bien dispuesta y organizada. Abajo tenían las cuadras y demás utensilios de la huerta, accediéndose a la planta de arriba por una escalera interior. Al exterior daban luz a la casa numerosos balcones todos encristalados por la parte superior y de madera la inferior. Contiguo a la casa existía un hórreo grande de madera, donde guardaban las cosechas, cuya edificación estaba cubierta de pizarra, soleras en los pilares y rodeado de pasillo con pretiles de madera torneados. Cerca del hórreo había una gran mesa de baldosa de piedra, con numerosos asientos también hechos de baldosas, donde la familia pasaba mucho tiempo al aire libre, en reuniones con otras personas de su abolengo. También tenían una gran huerta cerrada de pared muy alta, en la que producían toda clase de frutas y hortalizas. El dueño de la casa, D. Meregildo Villamil, era recaudador general de impuestos de todo el Partido Judicial de Castropol; era, además, gerente de una compañía mercante de barcos, uno de cuyos barcos se fue a pique con todo su cargamento de trigo que traía de Argentina. D. Meregildo tenía dos hijas llamadas Dña. Luciana y Dña. Decorosa Villamil Trelles, que habían nacido por el año 1840 en esta casa que se llamaba, entonces, de Dña. Petronila (el nombre d'a Casa d'as Señoritas lo adquirió tiempos después, debido a su forma de vida "señorial"). Estas dos mujeres vivieron siempre en la casa, no se casaron ni tuvieron familia. Una vez muertos sus padres, se dedicaron a la buena vida, pues eran jóvenes, aunque de un físico muy poco atractivo; continuaron relacionándose con personas de gran abolengo de la rica sociedad de entonces. Era tanto su orgullo opulento, que no acudían a los bailes en el campo, con los demás vecinos, sino que los contemplaban desde los lujosos balcones de la casona; haciendo, por el contrario, sus propias diversiones, comilonas y demás lujosas jaranas, de las que se aprovechaban sus "amistades" de juerga, llegando a tener que hipotecar la casa, con todas las propiedades, a unos señores llamados de Blanco de Luarca; aunque, eso sí, reservándose el disfrute de todo mientras viviesen. El tiempo fue pasando para aquellas mujeres, lo mismo que su juventud, y poco a poco se fueron quedando en la miseria, ya que no trabajaban y el disfrute de las propiedades era muy escaso; comían diariamente 3 pequeñas bollas de pan de 10 céntimos y otros 30 céntimos de leche, que vendría a ser un litro, leche que compraban en la casa cercana al campo del que antes hicimos referencia, llamada de las Barreiras; se alimentaban también de huevos que les producían unas gallinas y de un pequeño cerdo, que ellas mismas criaban, de unos 40 kg. Este era todo el alimento de estas dos ancianas mujeres. Fue entonces cuando la casa adquirió el nombre, un tanto burlón, d'a Casa d'as Señoritas, porque vivían como tales, cuando, en realidad eran unas pobres andrajosas.

      Tiempo después murió Luciana, cuando tendría unos 80 años, bien atendida, dentro de lo que podía, por su hermana Decorosa. Algunos años más tarde murió también Decorosa, pero de distinta manera: como decíamos antes, iban todos los días a buscar la leche a la casa de las Barreiras; después de morir Luciana, lógicamente iba siempre la otra hermana, pero un día no apareció, cuando no fallaba nunca casi a la misma hora. Los vecinos de las Barreiras entraron en cuentas y fueron hasta la casa, viendo todo cerrado; llamaron, pero no contestaba nadie. Se acercaron por allí varios vecinos más, pero ninguno se atrevía a entrar en la casa; fue cuando nuestro informador Pepe, entonces joven de 16 años, pidió una escalera, subió hasta uno de los balcones y entró en la vivienda, bajando hasta la cocina, donde estaba la mujer tirada en el suelo sobre la ceniza del fuego. No estaba muerta y seguramente le dio algún desmayo cuando se calentaba, y se cayó. Llamaron al médico, D. Jesús Pomar Taboada, que era al que le correspondía aquel Distrito, diagnosticando pulmonía complicada y que tendría vida para poco tiempo, tan poco que murió al cabo de unas 8 horas.

      Una vez desaparecidas las dos "señoritas" y con ellas toda su generación, todo lo que había de gran valor en la casa: muebles, porcelanas, relojes, lámparas, cuadros, fueron subastados por los mismos que las arruinaron con sus juergas, diversiones, galanteos y demás trapisondas, pasando a lucirse en las respectivas casas que adquirieron todas aquellas riquezas, dando la sensación de haber quedado allí por casualidad, o el hecho de querer aparentar una riqueza, que seguramente ya no les pertenecía, pues todos los demás bienes los habían hipotecado, como señalamos anteriormente.

      Años después, aquella casa y las tierras pasaron a otros dueños, aunque eran arrendatarios la familia de Concepción, de la que antes hablamos. Algunos vecinos llegaron a decir que en la referida casona, ya vieja y abandonada, había fantasmas, e, incluso, que Luciana y Decorosa estaban por allí por los salones durante las noches. Claro que esto no fue nunca "confirmado", aunque alguien "aseguró" haberlas visto. Las ruinas de la casa permanecen en el lugar como un símbolo de esta historia, y probablemente también las piedras del hórreo, las baldosas de la mesa y los asientos, donde tantas veces tomaron el sol y buenos licores en lujosas copas, en compañía de sus cameladores personajes "amigos". Puede que, al fin, no fueran tan desgraciadas y disfrutaran de la vida a tope. Lo que sí les pudo ocurrir fue lo del cuento del calderero, que se les alargó la vida y se les acabó el dinero.

      Actualmente toda aquella zona del campo d'as Barreiras es sólo añoranza, soledad y casi abandono. Se percibe la falta de niños que brincaban en el campo, no se ve la cuesta por donde bajaban con los carritos; el arroyo permanece al fondo y sus aguas discurren silenciosas y ocultas por entre la maleza, dando la sensación de cierta tristeza y melancolía por la ausencia de los niños que jugaban con sus aguas; ni tan siquiera se ven las juguetonas lagartijas; tampoco se juega a los bolos los domingos, excepto el día de la fiesta del pueblo. Más arriba continúan las ruinas de la casona y la cerca de la huerta como una alegoría de lo que fue; desapareció Pepe de Concepción, que tantas veces subió agua de la fuente de las Barreiras, situada allá al fondo del prado junto a un gran abedul, y colocó los bolos en la bolera, murmurando su original juramento, ¡mecago'n demonio!; desapareció también su buena mujer llevándose los bellos recuerdos de todo este entorno, sobre todo de los niños que tanto le gustaba tuvieran por allí, dando vida y bullicio a aquel rincón de Miudeira. También se nos fue Pepe d'as Barreiras con su acordeón y sonrisa "maliciosa", que tanto les hacía "rabiar", cariñosamente, a los pequeños. Sí desaparecieron todas estas personas y también aquellas pobres mujeres, quedándonos a los mayores sólo el recuerdo de estos encantos y de aquellos buenos vecinos de cuando éramos niños felices, ¡muchos niños!.

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